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El Invierno de 1311
I
Cuando comenzaron a caer los primeros copos
de nieve, Bungo Bolsón se encontraba en el jardín
anterior de Bolsón Cerrado, junto a su hijo Bilbo y a
Cavada Manoverde, ambos jóvenes entusiastas de 21 y 19
años respectivamente. Los tres estaban muy atareados
trasladando las lajas que acababan de comprar para el
piso del vestíbulo, cuando el primer copo de nieve del
invierno aterrizó exactamente en el centro de la
narizota de Bungo. El sorprendido hobbit extendió la
mano para palpar la consistencia de los copos, alzó la
vista, y examinando concienzudamente el horizonte
sentenció:
-Gris en las quebradas, nieve hasta las quijadas, como
decía mi padre. Muchachos, nos espera una nevada
copiosa, y a juzgar por la época, un invierno
especialmente crudo.
Y estaba en lo cierto. Aquel invierno habría de ser
recordado durante años como el más duro del que se
tuviera memoria en la Comarca. Con lo cual queda
demostrado que los dichos de los hobbits rara vez dejaban
de dar en el clavo, incluidos los del padre de Bungo,
quien prácticamente no había hecho mucho más en la
vida que sentarse plácidamente a contemplar el horizonte
y a elaborar sabias sentencias, tal como se esperaba de
un respetable miembro del clan Bolsón.
-Démonos prisa y entremos las losas que faltan- había
dicho Bungo alentando a sus compañeros de fatigas -Hay
una suculenta merienda humeante esperándonos y no veo la
hora de encontrarme cara a cara con ella.
Y sin más, como si la mención de la merienda le hubiese
avivado la ansiedad, había dado media vuelta para
meterse en su acogedor agujero-hobbit, ante el estupor de
Bilbo y Cavada. -¡Belladona! ¡El té y los pasteles!
Pronto veremos la Colina cubierta de nieve y quiero estar
junto al fuego fumando mi pipa para ese entonces, gozando
de un merecido descanso.
Lo de merecido descanso podía sonar sorprendente a quien
los hubiese visto en acción. En realidad, la parte de
Bungo había consistido sobre todo en dirigir a sus dos
jóvenes ayudantes. Eran ellos quienes habían cargado
con el trabajo pesado, sobre todo Cavada, flamante
jardinero de la Residencia Bolsón. Habían partido
aquella mañana rumbo a La Cantera, y comprado para el
piso del vestíbulo las mejores lajas que se pudiesen
hallar en las cuatro cuadernas. Bungo estaba decidido a
tener el agujero-hobbit más señorial de la Comarca, y
si bien pocos dudaban de que Bolsón Cerrado ya lo fuese,
él continuaba embelleciéndolo a través del tiempo.
Veintidós años hacía que lo había mandado excavar,
tras comprometerse con Belladona Tuk. Quería darle a su
futura esposa una vivienda digna de su alcurnia y estado
financiero (los Tuk eran la familia más rica desde las
Quebradas Blancas hasta el Brandivino). Además, inútil
es la torta si no se le hinca el diente, sostenía Bungo,
y ¿para qué tenía Belladona tanto dinero si no era
para gastarlo? Así era como funcionaba una mente
Bolsón.
Y últimamente lo había acicateado el comentario
insidioso de su cuñada Camelia Sacovilla acerca de la
alfombra del vestíbulo que se tendía aún sobre tierra
apisonada (curioso detalle rústico, lo llamó) y no
sobre un verdadero piso, es decir, un piso enlosado. Lo
que Camila en verdad tenía era envidia: ambicionaba
vivir en un agujero como el de sus cuñados, y el buenazo
de Longo (¿Cómo podía haberse casado con una mujer tan
odiosa?) estaba siendo exprimido hasta las últimas
fuerzas para darle el gusto, deslomándose de sol a sol
como ningún Bolsón decente había jamás hecho antes.
Cuando Bilbo y Cavada entraron, resoplando y sudorosos,
Bungo estaba dando cuenta de los últimos pasteles,
mientras que su mujer se había acercado a examinar más
de cerca las losas que se amontonaban a la puerta.
-No me gustan. Son muy grandes, y mal cortadas.-dijo. La
porción de pastel que estaba engullendo se le atragantó
a Bungo, y Bilbo tuvo que palmearlo con fuerza para
desatorarlo.
-¡Pero Bella... son las mejores piedras, me han costado
una fortuna! ¿Qué tienen de malo?
-No era lo que yo tenía pensado.- meneó la cabeza
Belladona, con esa cabellera casi rubia que había
trastornado a Bungo cuando la conociera- Es inútil, no
se puede conseguir este tipo de trabajos entre los
hobbits. Haría falta el talento de los enanos, tal vez
ir a buscarlos más allá de Bree, o algún artesano
élfico...
Esta vez Bungo palideció como si hubiese visto un
espectro.
-¿E...elfos... ena , enanos? -Balbuceó -Dios mío,
¿por qué se te ocurren cosas tan extrañas? ¿Ir a
buscarlos...? ¡Más allá de Bree! ¿Qué tienen de malo
éstas? Al fin y al cabo se trata el piso de la sala...
no del trono del rey de Norburgo, y sólo las verá quien
levante la alfombra para curiosear qué hay debajo... ¡o
sea sólo Camelia!
Belladona apenas pudo reprimir una carcajada. No había
resistido la tentación de sacar de sus casillas al
comodón de su marido, y conocía los puntos débiles
adecuados. En realidad, hacía muchos años que Belladona
había abandonado su espíritu aventurero y se había
amoldado a Bungo; desde que se casaran no había
frecuentado más elfos ni magos, ni había vuelto a salir
de excursión con sus hermanos. Pero esa etapa de la vida
de Belladona sencillamente le daba escalofríos a Bungo,
quien temía que a su encantadora mujercita se le
ocurriera reincidir en tan extraño comportamiento
impropio de una mujer-hobbit.
-Disculpe, señor Bungo- interrumpió el joven Cavada,
sacándose la gorra. -Yo debo irme a casa antes de que
caiga más nieve.
-Tonterías, muchacho. Siéntate y come. Sería una
locura que salieras, y el camino hasta Delagua es largo.
Además -agregó Bungo, haciendo una pausa inquietante-
no sería buena idea andar solo. Con inviernos así
llegan los lobos.
Los muchachos se miraron entre sí y a Bungo con ojos
abiertos de par en par.
-¿En serio, papá? -Preguntó azorado Bilbo.
Ahora fue Bungo quien debió contenerse para no soltar la
risa. La ingenua consternación de su hijo y de Cavada
Manoverde lo divertía enormemente.
-¡Bungo! Deja de asustar a los niños con esas
patrañas. -Lo amonestó Belladona
-¿Niños? ¡Ja! Estos dos hace tiempo que dejaron de ser
niños. Y no son patrañas. Corren rumores de que allá
lejos en el este se están multiplicando los lobos y toda
clase de oscuras bestias repugnantes. Incluso el invierno
pasado han visto algún lobo perdido en la Cuaderna del
Norte. Y este año será más duro. Si los ríos se
congelan, las manadas bajarán de las montañas
hambrientas, sin que nada las contenga.
-Qué puede saber de lobos un hobbit remolón como tú,
que jamás se ha movido más allá de sobremonte y
Delagua, y obtiene toda su información del hato de
borrachines que frecuenta La Mata de Hiedra.
-¡Belladona! -Protestó Bungo. Pero no pudo encontrar
más argumentos, y debió contentarse con cerrar la boca
y mostrarse terriblemente ofendido. El sabía muy bien
que Belladona había estado una vez frente a frente con
un lobo en una de sus alocadas aventuras de juventud
junto a su padre y sus dos extraordinarias hermanas;
pocos hobbits en la Comarca podían decir lo mismo, de
manera que no le convenía llevar la discusión por aquel
camino. Además, la mención de la posada le había
producido un curioso cosquilleo en el estómago.
-Pensándolo bien, Cavada -dijo imprevistamente
dirigiéndose a su jardinero- Es mejor que vayas a tu
casa antes de que el tiempo empeore. Más adelante te
acomodaremos un cuarto, pero hoy cierta persona se
empeña en espesar el ambiente, si ustedes me entienden.
Déjame acompañarte hasta el puente, a mí también me
vendría bien despejarme un poco y dar una vuelta solo.
-¡Bilbo! - dijo Belladona, antes de que Bungo y Cavada
atraversaran la puerta -Hazme el favor de acompañar a tu
padre; no vaya a suceder que su caminata solitaria lo
deje tan ebrio que no pueda encontrar el camino a casa...
Bungo ya atravesaba el jardín a grandes zancadas,
mientras oía el resto de la frase (dicha en voz bien
alta).
-...Y recuérdale que debe encontrar pronto un buen
destino a esas losas que estorban el camino en el
vestíbulo; la semana entrante, por si se le olvidó,
están invitados a tomar el té su hermano Longo y la
adorable Camelia.
-Lo único que faltaba- refunfuñó para sí el
hobbit-¡Longo y Camelia a tomar el té!
Una delicada alfombra de nieve cubría el camino de la
colina.
-En días como estos desearía usar zapatos- comentó
Bilbo.
-Mira, Manoverde- dijo Bungo señalando la residencia
Bolsón, que había quedado detrás de ellos.
-Allí, junto a las ventanas, plantaremos prímulas y
girasoles.
-Sí, señor Bolsón. Y escrofularias, y algún árbol
aquí y allá. Ya verá cómo florecerá el jardín la
próxima primavera.
Bungo estaba nuevamente de buen humor. Cruzaron el puente
de El Agua silbando bajo la nieve que caía perezosa, y
siguieron el camino hasta dejar atrás las casas y
agujeros de Hobbiton. Todavía no había peligro de que
la nevada se hiciera más intensa, pero tampoco parecía
disminuir, y las pisadas de los hobbits dejaban cada vez
huellas más hondas en la nieve.
-Sr. Bolsón, no es necesario que me acompañe más
allá. Vuelva con Bilbo a casa, yo seguiré solo hasta
Delagua.
-Pamplinas, muchacho. Esta caminata es vivificante.
Además, ya casi llegamos. Lo único que temo es que
vosotros pesquéis un resfrío, pero... qué es lo que
veo allá. ¡Una posada! ¡Pero si es La Mata de Hiedra!
¡Tan pronto! Vamos, muchachos, allí podréis sentaros
al fuego del hogar, y os convidaré con una cerveza
caliente.
Bilbo rió estrepitosamente, pero no aclaró por qué, ni
nadie se lo preguntó.
Al entrar en la posada los recibió una ráfaga de aire
atiborrada de aromas: humo de pipas, comida, cerveza y
leña, ropa mojadas, huevos y panceta friéndose. Un
grupo de alegres parroquianos entonaba estrofas
disparatadas, salpicadas de risas. Bungo dejó su abrigo
en el perchero y Bilbo y Manoverde se dispusieron a
imitarlo.
-Bienvenido, señor Bolsón -Saludó el posadero
efusivamente- ¿Su mesa de siempre?
-Sí, sí. Y tres picheles.¿Qué es lo que cantan estos
estruendosos hobbits?
-¡Jo, jo! Tratan de componer una canción sobre el tema
del momento, señor. Usted sabe, esos botones
maravillosos.
¿Botones maravillosos? No sabía porqué, pero la frase
no le sonó nada bien a Bungo.
-De un tiempo a esta parte todo el mundo parece haberse
contagiado la fiebre de la aventura y el amor por las
cosas más extravagantes. Qué se ha hecho de nuestra
apacible comarca hobbit, me pregunto -refunfuñó Bungo
mientras se acodaba en la mesa.- Que me sirvan mi pichel
y que no me hablen de botones maravillosos ni de losas
élficas, eso es lo que quiero.
-¿Es que usted no se ha enterado, señor Bolsón, de los
botones del Thain?- preguntó uno de los concurrentes,
abriendo mucho lo ojos.-¡De los botones mágicos que le
ha regalado un mago!
Bungo se cubrió la cara con las manos y sacudió la
cabeza apesadumbrado.
-No puede ser, el mundo se ha desquiciado. Ya no hay un
solo rincón donde uno pueda estar a salvo de esta
locura.
-¡Botones de diamante que se abrochan y desabrochan
solos cuando uno se lo ordena!-aclaró otro.
Bungo se puso de pie y con un brazo en alto exclamó
-¡Escuchad todos! No quiero oir una palabra más acerca
de adminículos maravillosos, ni de magos barbados en
complicidad con mi extravagante suegro. Por todas las
vueltas de cerveza que les he pagado, hacedme el favor de
volver a los buenos viejos temas de conversación: la
calidad del tabaco, el reumatismo, las vicisitudes de la
cosecha, o el tiempo...
Bungo se sentó, y por un momento se hizo silencio en la
posada. Luego el viejo Tolma, que estaba sentado en un
rincón, se aclaró la garganta y dijo:
-El tiempo está malo. Presiento un invierno demasiado
frío para mis huesos.
-Dicen que el Brandivino se ha congelado.
-Malo, malo. Hace mucho tiempo que no nieva tan temprano.
La última nevada en octubre fue en 1280, cuando aún
reinaba el rey de Norburgo.
Manoverde intervino entusiasmado:
-¡El señor Bungo dice que vendrán los lobos!
Unos ohhh! de sorpresa se extendieron entre las mesas.
-¡Bueno, bueno, muchacho! - aclaró Bungo un tanto
contrariado -No creo que yo haya dicho exactamente eso.
En todo caso, no me interpretaste correctamente.
-Si vienen los lobos -reflexionó un joven en la mesa
contigua -tendremos que buscar entre los mathoms y
sacarle el moho a las viejas armas.
En seguida la excitación ganó a los presentes, y todos
referían al mismo tiempo sus anécdotas, ideas, y armas
para combatir lobos. Quien no tenía un escudo y lanza
del abuelo, disponía de arco y flecha y era experto en
cazar liebres. Si uno era capaz de acertarle a una
liebre, argüían, tanto más lo sería de darle a un
lobo. Alguien llegó a sugerir que debían encontrar al
mago amigo del Thain y pedirle en la emergencia flechas
encantadas que se disparasen solas. En ese punto algunos
parroquianos, entonados por la cerveza, retomaron la
canción de los botones mágicos.
Bungo se sintió seriamente preocupado por Bilbo. Temía
que a su hijo se le contagiaran estas ideas raras; y
enterarse de que el abuelo del muchacho tenía tratos con
un mago no le causó ninguna gracia. Por fortuna hasta el
momento Bilbo jamás había dado muestras de interesarse
por ese tipo de cosas, y se había comportado siempre
como un típico y auténtico Bolsón. Pero había que
preservarlo de la locura, y traerlo a la posada
exponiéndolo a la perniciosa influencia de estos
pueblerinos achispados había sido indudablemente un
error.
-¡Cambiando el tema de conversación! -exclamó Bungo en
un último intento desesperado -Si alguno de ustedes
conoce quien necesite lajas de La Cantera, de primera
calidad, como para enlosar un agujero-hobbit entero, a
buen precio...
Pero, en la algarabía general, ya nadie lo escuchaba.
Preferían imaginar nuevas estrofas en que el viejo Tuk y
sus botones se enfrentaban a los feroces lobos de las
Montañas Nubladas.
Bungo dio por terminada su intervención en el debate
asegurando a quien quisiese oirlo que "aunque todos
los hobbits de la Comarca insistiesen en bufonadas por el
estilo, él, por su parte, juraba solemnemente so pena de
no volver a tomar una cerveza en su vida, que jamás se
vería envuelto en ninguna aventura con un lobo, y que
estaba muy orgulloso de eso".
-Vamos, muchachos. Se nos ha hecho tarde. Miren, la nieve
arrecia. Será mejor que consigamos un vehículo, Bilbo,
y que aprovechemos para aprovisionarnos de patatas y de
conejo ahumado.
Así que arregló la compra de víveres con el posadero
y, despidiéndose de Manoverde, que vivía a menos de dos
estadios de allí, padre e hijo iniciaron el regreso a
casa.
II
Durante los
días siguientes el cielo permaneció gris, y una tenue
nevisca siguió cayendo sobre la Comarca. Como otros
hobbits, Bungo había equipado las despensas de Bolsón
Cerrado en vistas de un largo invierno. Tenía suficiente
provisión de víveres y leña como para mantenerse
confortablemente hasta la primavera ; y le agradaba
sentarse en su estudio, junto al fuego, contemplando los
copos de nieve y adivinando debajo de esa blancura que
cubría el jardín la vida dormida de las semillas que se
convertirían en unos meses en árboles y plantas
floridas.
Precisamente se hallaba sumido en esa agradable
contempla-ción cuando Belladona, a sus espaldas, le
recordó una tarde la visita de su hermano Longo y su
cuñada Camelia.
-Tienen que estar por llegar.- dijo, acercándose al
antepecho de la ventana.
-¡Cielos ! Lo había olvidado. - -Bungo se asomó
afligido, con la esperanza de no hallar ningún carro en
el horizonte - Sería una locura que viniesen, con este
tiempo.
En efecto, los caminos estaban bastante malos a causa de
la nevada, pero aún eran transitables. Bungo deseó
interior-mente que el tiempo empeorara.
-Conoces a Camelia, Bungo. Una invitación a tomar el té
no se cancela fácilmente para ella. La tendremos aquí,
opinando acerca de las imperfecciones de nuestra sala, en
menos de media hora.
Bien sabía Bungo que era así. Esa mujer tenía la
virtud de sacarlo de sus casillas ; y el piso del
vestíbulo sería nuevamente su blanco preferido. No
había podido convencer a Belladona de usar las losas de
la Cantera, y todo seguía como en la última visita de
su cuñada. Apenas había hecho a tiempo de apilar las
losas encima de la puerta de entrada, sobre la ladera de
la colina, apoyándolas en una repisa improvisada que
ahora se disimulaba con la nieve.
-Esperemos que el soporte resista.-se dijo Bungo- No
quisiera que las losas se vinieran abajo justo en el
momento en que Camelia hiciese su entrada, sepultándola.
El viejo hobbit se rió de su propia broma, y cuando
alzó nuevamente la vista, distinguió claramente el
carruaje que cruzaba el puente de El Agua, detrás del
molino de Arenas, subiendo la colina.
-Oh, no. Comienza el suplicio.
III
-¡Entrad,
entrad, y bienvenidos !- dijo Bungo, que no olvidaba las
reglas de cortesía debidas a un huésped -¡Pasadme los
abrigos ! ¡Oh, trajeron al pequeñín !
-¡Bungo, hermano! -lo abrazó efusivamente Longo. Traía
en brazos al pequeño Otho, y el rostro se le iluminaba
de orgullo.
-¡Pero ese niño es un verdadero encanto!- exclamaba
Belladona mientras preparaba la mesa para el té en menos
de lo que se tarda en decir merienda de invierno.
-Oh, querida, gracias, gracias. - decía Camelia, -hecha
un manantial de simpatía- -¿Verdad que es divino? Todos
lo dicen. No hay otro bebe hobbit como nuestro Otho.
"Está esperando a desempacar y apoltronarse junto a
la mesa para comenzar a arrojar sus dardos" pensó
Bungo mientras sacudía la nieve de los abrigos y los
colgaba en los percheros del vestíbulo.
En seguida todos estuvieron en sus puestos. El joven
Bilbo terminaba de traer los pastelillos y las tortas,
que encontraron su lugar en un mantel atiborrado de
teteras, jarras de leche, rodajas de pan, y potes de
mermelada. Entre hobbits no se acostumbra hacer esperar
demasiado a las visitas para servirles una suculenta
merienda, sobre todo después de una larga travesía bajo
la nieve. La charla y las noticias pueden siempre esperar
un poco, y en todo caso, no sin un alegre preludio de
tazas y cucharas tintineantes.
- ¿Cómo está mi sobrino preferido ? -exclamaba Longo,
que era un sentimental incorregible, palmeando a Bilbo,
mientras engullía un pastel de limón.
- ¿Y cuánto tiempo tiene este niñito?
-Va a cumplir un año este mes. -Le contestaba Camelia a
Belladona mientras iban y venían las teteras de un
rincón a otro de la mesa, entrecruzándose como la
conversación.
-Es un hermoso y digno ejemplar de Bolsón -sentenció
Bungo en una frase apenas inteligible que se abrió paso
entre un pastelillo y un sorbo de té. Lo decía más que
nada para complacer a Longo; en el fondo, el pequeño
Otho no le parecía más que un mamarracho sin gracia
alguna.
-En realidad heredó los finos rasgos de los Sacovilla.
-aclaró Camelia. -Y desde muy pequeño tiene estos
hermosos bucles ¿Te acuerdas, en cambio, Belladona, qué
feo era Bilbo cuando nació, con esos cabellos hirsutos
que se resistían a cualquier peine ?
Belladona sonrió soñadoramente, contemplando a su hijo.
-Era un chiquillo adorable. -dijo, inmune a las insidias
de su huésped. Bilbo le devolvió la sonrisa.
A Bungo, en cambio, se le había espesado la sangre, y no
resistió la tentación de devolver el golpe.
-Bueno, si salió a los Sacovilla, esa noticia me
tranquiliza. - farfulló para sí, asegurándose de que
Camelia lo escuchara.
Ya estaban nuevamente en sus actitudes habituales, frente
a frente y respondiendo las arremetidas. No pasó mucho
tiempo antes de que Camelia atacara por el lado que Bungo
temía, y en un aparente elogio de lo bonita que estaba
quedando la casa, deslizó un "espero no haberme
ensuciado los zapatos con el barro del vestíbulo".
Camelia, en efecto, usaba zapatos, sobre todo los días
de lluvia o nieve, pero por supuesto, lo del barro del
vestíbulo era una simple exageración maliciosa.
Pero Bungo no supo qué contestar. Se preguntaba cuánto
tiempo más se prolongaría la visita, y si encontraría
alguna forma de escabullirse de ella, mientras dejaba
vagar su vista a través de la ventana. Comprobó
entonces que la nevada se hacía más y más copiosa.
Pronto no se distinguió otra cosa que una mancha
blanquecina allá afuera. Eran malas noticias. Si no
mejoraba el tiempo, ¿cómo harían Longo y Camelia para
volver a su casa ?
Sus peores presentimientos se hicieron realidad. Luego de
dos horas de amena charla, y cuando los víveres
comenzaban a escasear en la mesa, Longo constató que el
tiempo estaba horrible, y realmente era una locura tratar
de salir de allí mientras no menguase un poco la nieve.
Bilbo echó más leña al fuego y todos pasaron al
estudio, a fumar pipa y contar historias.
IV
"Bungo,
viejo amigo, piensa, piensa. Algo hay que idear, pronto,
no pueden quedarse aquí", se decía a sí mismo el
dueño de casa mientras un nuevo tema de conversación se
iniciaba en torno a la mesa del estudio.
-Me he enterado, mi querida Belladona -estaba diciendo
Longo, que se había sentado junto al hogar y apoyaba los
pies en el guardafuego -de la curiosa adquisición de tu
padre. Me refiero a esos botones mágicos...
-...regalo de un mago- agregó Camelia.
Bungo bufó. No era posible. Otra vez con esa bendita
historia.
-Seguramente se trata de Gandalf. -repuso Belladona -No
los he visto, pero me parecen muy propios de él.
-Parece que son de diamante, y que le ha obsequiado uno a
Mirabella -observó Camelia. -Qué raro que no te haya
dado uno también a ti, Bella. Cierto que Mirabella ha
sido siempre su preferida. -añadió escrutando el rostro
de su anfitriona en busca de señales de contrariedad.
-Extraño que no hayamos todavía recibido la visita del
abuelo. -dijo Bilbo -Ya lo veo sentado muy orondo en la
poltrona, riéndose a carcajadas, y repitiendo
"¡prendidos! ¡desprendidos!" toda la tarde,
con la chaqueta abrochándose y desabrochándose.
-Bah. Las cosas mágicas me ponen nervioso. Espero que
jamás crucen esta puerta. -repuso Bungo, aburrido. -Esas
asuntos acaban mal, tarde o temprano. Recordad lo que os
digo.
La conversación viró en seguida hacia la posibilidad de
hacerle una visita al Thain apenas el tiempo lo
permitiera, y de allí a las excursiones que Longo y
Bilbo habían realizado el año anterior por los bosques
de la Cuaderna del Norte en busca de setas. Tío y
sobrino tenían la intención de confeccionar un hermoso
y prolijo mapa con todas las sendas que conocían, con
tintas de diferentes colores.
-Creo que vais a tener oportunidad de hacerlo muy pronto
-opinó Belladona -Si el clima sigue así os conviene
quedaros a dormir. Tenemos en el cuarto de huéspedes una
mullida cama siempre lista, y Bilbo puede sacar de la
bodega su vieja cuna y armarla para el primo Otho.
-¡Oh, no, no, Belladona ! -estalló Bungo pegando un
brinco. Al instante comprendió que su exabrupto podía
interpretarse como una grosería, y por unos segundos no
supo cómo seguir. -La pobre Camelia -dijo al fin- no
habrá traído todos los enseres de aseo del niño, y
además no se sentirán cómodos en esta humilde casa.
Nuestro deber de anfitriones no es quedarnos
cómoda-mente sentados mirando la nieve, ¡sino salir a
buscar un carruaje !
Esto último lo afirmó muy solemne, y mantuvo a su
auditorio lo suficientemente desconcertado como para
sellar su determinación antes de que le pusieran
objeciones :
-¡Bilbo, muchacho, los abrigos! Tu y yo bajaremos al
pueblo.
-Pero, Bungo, es una locura .
-Belladona tiene razón. Podemos quedarnos perfectamente,
será un placer. Y en todo caso, iré yo... -dijo Longo.
-Tonterías. Que siga la charla y no se apaguen las
pipas, como decía tío Ponto. Si no os quedais sentados,
me ofenderéis. Bilbo y yo nos encargaremos de todo.
¿Vamos, hijo ?
-Listo, papá, aquí están los abrigos y las capuchas.
-Ese es mi hijo. Ven, rápido. Hasta luego a todos, y
continuad la tertulia.
V
"Bungo,
viejo amigo, piensa, piensa. Algo hay que idear, pronto,
no pueden quedarse aquí", se decía a sí mismo el
dueño de casa mientras un nuevo tema de conversación se
iniciaba en torno a la mesa del estudio.
-Me he enterado, mi querida Belladona -estaba diciendo
Longo, que se había sentado junto al hogar y apoyaba los
pies en el guardafuego -de la curiosa adquisición de tu
padre. Me refiero a esos botones mágicos...
-...regalo de un mago- agregó Camelia.
Bungo bufó. No era posible. Otra vez con esa bendita
historia.
-Seguramente se trata de Gandalf. -repuso Belladona -No
los he visto, pero me parecen muy propios de él.
-Parece que son de diamante, y que le ha obsequiado uno a
Mirabella -observó Camelia. -Qué raro que no te haya
dado uno también a ti, Bella. Cierto que Mirabella ha
sido siempre su preferida. -añadió escrutando el rostro
de su anfitriona en busca de señales de contrariedad.
-Extraño que no hayamos todavía recibido la visita del
abuelo. -dijo Bilbo -Ya lo veo sentado muy orondo en la
poltrona, riéndose a carcajadas, y repitiendo
"¡prendidos! ¡desprendidos!" toda la tarde,
con la chaqueta abrochándose y desabrochándose.
-Bah. Las cosas mágicas me ponen nervioso. Espero que
jamás crucen esta puerta. -repuso Bungo, aburrido. -Esas
asuntos acaban mal, tarde o temprano. Recordad lo que os
digo.
La conversación viró en seguida hacia la posibilidad de
hacerle una visita al Thain apenas el tiempo lo
permitiera, y de allí a las excursiones que Longo y
Bilbo habían realizado el año anterior por los bosques
de la Cuaderna del Norte en busca de setas. Tío y
sobrino tenían la intención de confeccionar un hermoso
y prolijo mapa con todas las sendas que conocían, con
tintas de diferentes colores.
-Creo que vais a tener oportunidad de hacerlo muy pronto
-opinó Belladona -Si el clima sigue así os conviene
quedaros a dormir. Tenemos en el cuarto de huéspedes una
mullida cama siempre lista, y Bilbo puede sacar de la
bodega su vieja cuna y armarla para el primo Otho.
-¡Oh, no, no, Belladona ! -estalló Bungo pegando un
brinco. Al instante comprendió que su exabrupto podía
interpretarse como una grosería, y por unos segundos no
supo cómo seguir. -La pobre Camelia -dijo al fin- no
habrá traído todos los enseres de aseo del niño, y
además no se sentirán cómodos en esta humilde casa.
Nuestro deber de anfitriones no es quedarnos
cómoda-mente sentados mirando la nieve, ¡sino salir a
buscar un carruaje !
Esto último lo afirmó muy solemne, y mantuvo a su
auditorio lo suficientemente desconcertado como para
sellar su determinación antes de que le pusieran
objeciones :
-¡Bilbo, muchacho, los abrigos! Tu y yo bajaremos al
pueblo.
-Pero, Bungo, es una locura .
-Belladona tiene razón. Podemos quedarnos perfectamente,
será un placer. Y en todo caso, iré yo... -dijo Longo.
-Tonterías. Que siga la charla y no se apaguen las
pipas, como decía tío Ponto. Si no os quedais sentados,
me ofenderéis. Bilbo y yo nos encargaremos de todo.
¿Vamos, hijo ?
-Listo, papá, aquí están los abrigos y las capuchas.
-Ese es mi hijo. Ven, rápido. Hasta luego a todos, y
continuad la tertulia.
VI
Afuera los
recibió una brisa helada. La repisa sobre la puerta
había formado un alero que los protegía de la tormenta,
y la misma colina impedía que se juntara mucha nieve
cerca del agujero. Pero bajando el camino la circulación
era impracticable para cualquier hobbit.
-Papá, creo que será inútil intentar la travesía.
-dijo Bilbo evaluando la situación.
-Lo sé, lo sé, hijo. Ah, qué aire puro se respira
aquí ; ya me sentía aletargado dentro. Mira Bilbo, la
verdad es que no aguantaba un minuto más esa
conversación con tu tía. Imaginaba que el camino
estaría bloqueado, pero sucede que tengo un plan, y
necesito tu ayuda.
Bilbo miró sorprendido a su padre.
-Nos quedaremos aquí charlando amenamente como buenos
padre e hijo, -explicó Bungo- y cuando comencemos a
sentir demasiado frío tu entrarás y les dirás que me
has dejado en Hobbiton, en casa de la abuela, esperando
un carruaje.
- ¿Y tú que harás ?
- Yo esperaré aquí mientras te retiras discretamente
del estudio y me abres la ventana del dormitorio para que
pueda entrar. Luego volverás a tus asuntos, y te estaré
eternamente agradecido.
Bilbo no podía salir de su asombro.
- ¿Pero, qué te propones hacer, papá ?
-Nada. Llevarme un camastrón a la bodega y vivir allí
de incógnito mientras duren estos días de encierro.
Tengo mi pipa, los barriles de cerveza, muchos víveres,
y sobre todo paz y tranquilidad. Llevaré mi libro de
apuntes genealógicos y la pasaré muy bien. Todos
creerán que estoy en casa de mi madre, incomunicado, y
nadie se preocupará.
-Papá, realmente me dejas atónito -rió Bilbo- .Por
supuesto que haré lo que me pides, pero creo que esta
vez has exagerado un tanto. El mal tiempo puede durar
días y días, y tú tendrás que quedarte encerrado en
la bodega.
-Es muy preferible al panorama que se me presenta
teniendo que ver la redonda cara de Camelia todo ese
tiempo.
Bilbo soltó una carcajada.
-No te rías de un pobre viejo hobbit agobiado por sus
parientes. Y hazme caso, tampoco te entusiasmes con
historias disparatadas ni te dejes fascinar con relatos
de aventuras y magia. Disfruta de la charla con tu tío
pero conserva siempre la cordura en tu ánimo. No fue
correteando por los bosques ni frecuentando enanos que yo
conseguí levantar esta casa y formar un hogar.
-Quédate tranquilo, papá. Me gusta escuchar las
historias y las viejas canciones, pero soy tan hogareño
y sensato como tú.
-No sabes cuánto me tranquiliza escuchar eso. -confesó
Bungo, quien, visiblemente animado, invitó a su hijo a
sentarse junto a la puerta de entrada, protegiéndose del
viento. Y allí conversaron de todo un poco, hasta que
comenzaron a sentir los pies ateridos. -Creo que ya
llevamos aquí suficiente tiempo como para haber ido y
vuelto de Hobbiton. Ahora, entra y trata de no reírte
mientras cuentas tu historia.
-No prometo nada. Si no aparezco a la ventana, significa
que no me dejan solo, o que el plan falló.
- No lo menciones; supongo que preferirás tener un padre
a una estatua de hielo. Suerte.
Cuando Bungo se quedó solo, recorrió con la vista el
horizonte, y el pavoroso panorama lo sobrecogió. La
nieve se había transformado en cellisca, más pequeña,
dura, y molesta. Sólo se escuchaba el viento, y hacia el
este el cielo se ennegrecía de una manera que jamás
había visto, cubriendo los campos con una sombra
ominosa. Bungo se sintió un poco intimidado.
Decidió acercarse a la ventana del estudio, para
intentar escuchar a Bilbo, pero era imposible, y tampoco
se veía nada. Tomando todas las precauciones siguió
avanzando junto a la pared exterior y se detuvo en la
ventana de su dormitorio.
-Espero que el muchacho venga pronto- se dijo,
preocupado. -Estoy comenzando a preguntarme si en verdad
el plan era tan bueno como parecía.
Por fin, cuando ya Bungo había comenzado a perder las
esperanzas, hubo un movimiento en la celosía, y la
ventanita redonda se abrió dejando aparecer el rostro
rosado de Bilbo.
-Vamos, papá. Dame las manos y sube. ¿Estás seguro de
que puedes pasar por la abertura?
-Claro -dijo Bungo, resoplando, mientras trataba de
treparse -¿No recuerdas cuando entramos por aquí para
la fiesta sorpresa de la abuela ?
-Eso fue hace diez años, papá. Muchos pastelillos
atrás.
Por un momento pareció que Bungo estaba atascado sin
remedio. Pero Bilbo lo aferró de los hombros y apoyando
los pies en el marco de la ventana tiró con todas sus
fuerzas. En un instante padre e hijo estuvieron en el
piso, aterrizando uno encima del otro con un estrépito
poco conveniente, y adquiriendo en el trayecto muchas
magulladuras.
-Este agujero se ha empequeñecido con el tiempo.
Probablemente la madera se ha hinchado. -opinó Bungo.
-Es posible. -dijo Bilbo, tomándose el estómago
dolorido .-Muchas cosas se han hinchado.
-¿Cómo te fue con las visitas ? ¿Creyeron la historia
?
-Sí. Tío Longo, incluso, está preocupado y quiere
salir a buscarte. Sólo mamá sospecha algo, pero puedes
contar con ella. Todos piensan que estás rematadamente
loco
-Así me demuestran su gratitud. Yo pongo en juego mi
vida atravesando los caminos helados para conseguirles un
vehículo, y ellos piensan que estoy loco. No vale la
pena tanto esfuerzo. Voy por mi camastrón.
VII
Esa noche
Bilbo armó su vieja cuna, y Belladona puso sábanas
nuevas en la habitación de los huéspedes. La nieve
siguió cayendo afuera durante toda la cena, y en el
fuego del acogedor agujero de Bolsón Cerrado crepitaron
los últimos leños. Cuando todos se fueron a dormir, en
un rincón de la bodega, oculto detrás de dos grandes
barriles de cerveza, Bungo saltó de su camastrón e hizo
una última visita sigilosa al cuarto de baño. Luego
puso junto a la cabecera de su lecho el cuaderno de
apuntes, un vaso de agua, y una horma de queso recién
empezada. Comprobando que todo estaba en orden y al
alcance de la mano ante cualquier emergencia
gastro-nómica, apoyó la cabeza en la almohada, sopló
la llama de la lámpara y se durmió plácidamente.
El invierno cruel: así llamaron los hobbits y los elfos
a aquel invierno. Los ríos se estaban congelando, y
allá lejos, en las montañas nubladas al este y en las
montañas de Angmar al norte, hacía meses que una
hambruna horrenda castigaba los estómagos de bestias de
oscuros corazones.
La Comarca se había replegado sobre sí misma y parecía
dormir un largo sueño bajo la nieve; pocos se atrevían
a salir de casa, y las aldeas parecían deshabitadas. Los
días se sucedían unos iguales a otros.
En Bolsón Cerrado también llegó a crearse una rutina
entre los dueños de casa y sus huéspedes. El primero en
levantarse era Longo, que preparaba el desayuno para
todos. Comenzaba despertando a Bilbo y ambos compartían
el café aprovechando la quietud de la sala para charlar
de sus proyectos.
Longo quería sentirse útil y no transformarse en una
carga para Belladona; disfrutaba mucho en Bolsón
Cerrado, pero extrañaba a Bungo.
-Me preocupa. Debe estar aburriéndose con mamá, y
ansiando volver aquí, a su hogar, para estar con
nosotros. Creo que deberíamos organizar una expedición
e ir a buscarlo.
-Pierde cuidado, tío -insistía Bilbo -Papá dijo que
estaba bien, y que no nos afligiéramos. Si fuésemos a
buscarlo se enojaría mucho.
-Oh, pero me siento culpable -suspiraba Longo.
Luego se despertaba Belladona, y por último, Camelia,
que no dejaba de sentirse una visita, con todos los
privilegios que tal condición trae aparejados. Además,
sostenía enfáticamente, todas sus energías se
consagraban al pequeño Otho; no tenía tiempo ni fuerzas
para ayudar en las tareas domésticas. La actitud de
Camelia hacía que Longo se sintiera más en deuda aún,
y acentuara su disposición servicial.
-Bilbo, haría falta que llenaras la garrafa de cerveza
para el entremés, y de paso trajeras de la bodega la
horma de queso comenzada -decía Belladona.
-No te molestes, sobrino, ¡voy yo! -prorrumpía Longo
brincando de su asiento.
-¡Tío, un momento! ¡No puedo permitirlo! -exclamaba
Bilbo tratando de sujetarlo por un brazo.
-Ni una palabra más. Conozco bien la bodega y soy capaz
de ir por los víveres. Tú prepara la mesa.
Bilbo no tenía más remedio que ceder. Abatido, se
tomaba la cabeza entre las manos y suspiraba:
-Oh, no. Esto será la ruina.
-¿Qué es lo que te preocupa tanto ? -preguntaba
Belladona, atenta a todo.
-Nada , mamá. Nada.
Pero no era fácil engañar a la hija del Viejo Tuk.
El alma le volvía al cuerpo a Bilbo cuando Longo
aparecía con la garrafa y el queso.
-¿Queréis saber ? -comentaba el buen hobbit rascándose
la cabeza- Algo raro sucede allí adentro. No encontraba
el queso por ningún lado. Por fin, me di por vencido y
gruñí: maldita horma de queso, ¿dónde estás? No vais
a creerme, pero escuché un ruido, giré la cabeza, y
ante mis ojos estaba la bendita horma, sobre un barril de
cerveza. Hubiese jurado que un minuto atrás no estaba
allí. O me estoy volviendo tonto, o hay magia en la
bodega.
En ocasiones así Bilbo se veía obligado a sacar el
pañuelo y enjugarse la frente transpirada para disimular
su agitación.
-Conque magia en la bodega- reflexionaba Belladona,
sonriendo. -Ya me parecía a mí que había gato
encerrado en este asunto. Sabes, Longo, no creo que se
trate de magia, pero los ruidos que escuchaste y esta
horma visiblemente disminuída hablan a las claras de que
se ha metido algún ratero allí, probable-mente uno de
esos astutos roedores que entienden la lengua común.
¿Serías tan amable, un día de estos, de ayudarme a
buscarlo en cada rincón, y propinarle un escobazo apenas
lo veamos moverse ?
-¡Cómo no, Bella ! -exclamaba Longo entusias-mado.-
Cuando quieras.
-Qué curioso -agregaba Camelia -No pensé que nos
habíais invitado para desratizar la casa. Pero veamos el
lado bueno: de esta manera la limpieza os saldrá gratis.
-Cuanto me alegra que tú también estés de acuerdo
-sonreía Belladona. No había manera de hacerla enfadar,
y siempre era Camelia quien terminaba masticando su
rabia. Después de tantos años de conocerse, ya era
tiempo de que la esposa de Longo hubiese aprendido la
lección, pero era tan testaruda como amiga de la
discordia, y francamente, tenía bastantes menos luces
que su anfitriona.
El caso es que las visitas inoportunas a la bodega, la
insistencia creciente de Longo por ir en busca de su
hermano, y las cada vez más audaces correrías de Bungo
hasta los cuartos de baño a cualquier hora, tornaron la
vida de Bilbo un desasosiego continuo.
Y así fue que llegó el momento en que la situación le
pareció hizo insostenible.
-Papá. ¿Estás ahí ? -dijo Bilbo entrando en la
bodega.
-Bilbo, hijo, pasa, cierra la puerta. Espera que encienda
la lámpara. Creí que era el fastidioso de mi hermano y
la apagué.
-Papá, ¿cómo estás?
-Bien. Si no fuera por las repetidas interrupciones que
me ocasiona Longo, diría que óptimamente. Podrías
haberlo mantenido más a raya, Bilbo. No me explico cómo
has dejado que entre aquí.
-Eso no es nada, papá. Ahora mismo se está probando tus
botas y preparando los abrigos para salir a buscarte.
-¿A buscarme? ¿Qué le pasa a ese cabeza hueca?
-Pero antes de salir le prometió a mamá que revisaría
toda la bodega y mataría a escobazos al ratón que se
come el queso.
Bungo resopló.
-La situación es de veras desesperada. Supongo que tengo
que hacer algo.
-Creo que sí, papá. Y el momento es ahora.
-Bueno, si no hay otro remedio. En realidad, ya lo tengo
todo pensado. Dime si no hay moros en la costa, y me iré
por donde vine: la ventana del dormitorio. Tocaré la
campanilla, y haré mi aparición triunfante por la
puerta principal. Diré que no hay carruajes ni caminos
disponibles, y todos en paz.
Bungo explicaba el plan mientras recogía sus cosas y se
las daba a su hijo. No parecía muy preocupado, porque
ante el asombro de Bilbo, se puso a silbar y tararear.
-Bien. Estamos listos. -exclamó el viejo hobbit, con su
más ancha sonrisa. Antes de salir, le echó un último
vistazo a la habitación -En realidad, comenzaba a
aburrirme aquí.
VIII
El paso a
través de la ventana del dormitorio resultó tan
dificultoso como a la ida, e hizo que Bungo decidiera
añadir una puerta posterior a la residencia apenas
tuviera tiempo.
Desembocó en el jardín zambulléndose de cabeza en la
nieve. Se consoló pensando que toda esa nieve
empapándolo era lo que necesitaba para simular un viaje
desde el otro lado del arroyo. Cuando se incorporó
constató lo horrible que estaba el tiempo. Una oscuridad
siniestra se había apoderado del cielo; el viento
formaba remolinos helados y provocaba un ulular que
ponía los pelos de punta.
De pronto a Bungo le pareció que el ulular se oía como
el aullido de bestias feroces, y sin pensarlo dos veces
se encaminó rumbo a la puerta de entrada.
Una vez allí repasó mentalmente su papel, y,
apoyándose en el bastón de paseo, adoptó la postura
exhausta de quien se supone acaba de atravesar los más
escabrosos caminos de la región.
Sonó enérgicamente la campanilla, y esperó.
Escuchó los pasos acercándose, y tuvo tiempo de
imaginar la expresión de los rostros que abrirían la
puerta. Confiaba en que su llegada despertase sorpresa,
piedad, y admiración, y disfrutaba estas recompensas por
anticipado.
Pero cuando se abrió la puerta y aparecieron Belladona,
Bilbo, Camelia y Longo, sus miradas de asombro se
trocaron rápidamente en muecas de espanto.
-¿Qué sucede? -atinó apenas a decir Bungo antes de que
los cuatro prorrumpieran en un alarido de pánico.
Bungo se dio vuelta y entonces comprendió. A pocos pasos
de distancia, y caminando hacia él, se dibujaba la
silueta de un enorme y espeluznante lobo blanco.
El pobre hobbit quedó petrificado en el umbral, sin
atinar a nada. Por su parte, el lobo le estaba clavando
una roja mirada de fuego, y se acercaba decidido.
Bungo sintió que había llegado su última hora. En un
instante pasaron por su mente miles de pensamientos
absurdos. Lo que más lamentó fue el desdichado plan que
lo había llevado a esconderse y a salir de casa. Se
sentía arrepentido y sospe-chaba que estaba recibiendo
el justo castigo por su falta. Pensaba con vergüenza en
Bilbo y el mal ejemplo que había estado dándole, y se
prometió que si salía de ésta con vida consagraría el
resto de sus años a hacer de Bilbo un hobbit decente y
honesto. Envalentonado por esta decisión (aunque aún
muy asustado), retomó el control de su cuerpo, y
mientras esgrimía amenazante su bastón con una mano,
buscó con la otra el picaporte de la puerta y la cerró.
Pero con el nerviosismo había olvidado el detalle de
saltar antes dentro de la casa, y ahora estaban frente a
frente, lobo y hobbit, sin ninguna vía de escape a la
vista.
La fiera se agazapó y preparó su arremetida. Bungo
calculó apresuradamente las posibilidades que tenía, y
se dijo a sí mismo que un lobo pesado y torpe no podía
ser más veloz que un hobbit.
Miró el bastón, alzó la vista, contempló la repisa
encima de la puerta, consideró la resistencia del
tirante que hacía de soporte, y en el momento que el
lobo saltaba con sus fauces enormes y sus colmillos
afilados, saltó él también hacia un costado
propinándole al pasar un fuerte bastonazo a la base de
la repisa.
Bungo rodó camino abajo. El lobo dio una dentellada en
el vacío y se golpeó el hocico contra la puerta de
entrada, pero no tuvo tiempo para hacer nada más porque
en ese mismo instante se desmoronó sobre él la repisa
con sus tre quintales de piedras de La Cantera y toda la
nieve acumulada encima.
El estrépito fue infernal. Cuando Bungo detuvo su caída
y pudo ponerse de pie, antes de convertirse
definitivamente en una bola de nieve gigante rumbo al
puente de El Agua, comprobó que el animal yacía
sepultado bajo las piedras tal como lo había previsto, y
no daba ya señales de vida.
Todo había sucedido tan rápido que por un momento se
preguntó si realmente había ocurrido o simplemente lo
había soñado. Había un lobo muerto a las puertas de su
agujero-hobbit, aunque ahora apenas se veía un pedazo de
la cola asomando entre la maraña de losas, barro y
nieve. Bungo no salía de su asombro. ¡Un lobo! ¡Como
los que poblaban las historias!
En ese momento la puerta se abrió, y aparecieron uno
detrás del otro Bilbo, Belladona y Longo, dispuestos a
encontrarse lo peor.
-Bungo, ¡estás bien!- exclamó la hija del Viejo Tuk
corriendo en brazos de su marido.
-Entremos, entremos- decía Bungo entre abrazos y besos.
-No ha pasado nada.
-¡Has matado al lobo!
-Tonterías, tonterías. Entremos que el tiempo está muy
malo.
En su excitación, Bungo no sabía lo que decía, y
fueron necesarios muchos bocados de pastel y algunos
vasos de vino para lograr arrancarle más palabras que
esas.
-Tonterías, tonterías -repitió durante unas horas,
hasta que recobró el buen juicio y los pies dejaron de
temblarle. Estaba sentado junto al fuego y le habían
cubierto las piernas con una manta.
-¿De qué tonterías nos hablas? -preguntó Longo -Todos
hemos visto con nuestros propios ojos un lobo horroroso
detrás de ti.
Bungo los contempló uno por uno, y luego de meditar un
momento y dar un gran suspiro dijo:
-Están equivocados. No era un lobo, sino un perro
famélico que me venía siguiendo desde casa de mamá. Un
pobre perro anémico. Con toda la nieve que llevaba
encima, no me extraña que lo hayáis confundido con un
lobo. Tuvo la mala suerte de encontrarse en el umbral en
el momento de desmoronarse el alero con las losas, y eso
fue todo. Por suerte yo me aparté y salí ileso.
Desgraciado accidente
Todos lo miraron atónitos.
-¿Estás seguro de lo que dices ?
-Completamente. ¿Qué esperaban? Les he advertido que
exageran con sus fantasías y sus historias absurdas.
Aquí no ha pasado ni pasará nada. Apenas mejore el
tiempo recogeremos esas piedras y sepultaremos al
perrito, pero de eso me encargaré yo y mi ayudante
Manoverde. No quiero que se acerquen a la puerta.
Y dicho esto, encendió su pipa y no dijo una palabra
más por el resto de la noche.
Fue necesario que Bungo repitiera muchas veces la
historia para convencer a sus parientes de que no habían
visto lo que sus ojos les mostraron. Pero tanto hizo que
finalmente lo logró, y Bilbo llegó un día a olvidar el
incidente, que era todo lo que Bungo deseaba del asunto.
El resto de la historia la guardó celosamente en su
corazón. Sólo de cuando en cuando, en la serenidad del
estudio o en una perezosa sobremesa, a Bungo lo asaltaban
los recuerdos, y su expresión se hacía reconcentrada y
grave. Entonces Belladona comprendía que su esposo
estaba pensando en el lobo, y no decía nada, porque
ambos sabían que existían cosas que era preferible no
decirse, y ése era el secreto de su felicidad.
Por su parte, Longo nunca terminó de entender del todo
lo que había ocurrido esa tarde, pero como tampoco
podía imaginarse una razón para que su hermano no
contase la verdad, aceptó sus argumentos y cerró el
caso. De modo que cuando, cinco semanas más tarde, los
caminos se hicieron nuevamente transitables, y él y su
familia volvieron a Delagua, el episodio era ya agua
pasada. Ni siquiera le extrañó que su madre, a quien
entraron a saludar camino a casa, no recordara en
absoluto la presencia de Bungo aquellos días en la
ancestral morada de la familia. La pobrecita tenía ya
noventa y siete años y, aunque era aún la cabeza del
clan Bolsón, no conservaba su propia cabeza en las
mejores condiciones.
Bungo Bolsón no fue ningún hobbit notable, ni
pretendió serlo. Pero la del lobo blanco (o perro
famélico) fue la aventura más importante -tal vez la
única- de su vida, y bien podría haber estado orgulloso
de ella, sino fuera porque, como sabéis, odiaba las
aventuras. Todo lo que quería era que no le faltase
nunca fuego en el hogar, provisiones en la despensa, y
una pipa con la que se sentase a contemplar la belleza de
su jardín.
Así
transcurrió el invierno de 1311, que fue recordado por
largo tiempo entre los hobbits. Se trató de un invierno
largo y cruel, pero -como todas las cosas- concluyó al
fin y la primavera trajo las flores inaugurales de
Bolsón Cerrado. Hubo bastante trabajo para Cavada
Manoverde ese año, y fue sólo la primera de muchas
primaveras.
FIN
Por Alejandro Murgia
Febrero
de 1998
Editado y Publicado por Juan S. Ticeira
El Señor de los
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2001

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