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El Décimo Nazgûl
I
UNA MAÑANA FATÍDICA
Sancho
Ganapié se despertó sobresaltado aquella mañana de
otoño, después de una noche intranquila. Había tenido
terribles sueños que presagiaban un día muy complicado.
Algo turbado aún, e intentando olvidar las pesadillas,
tomó su pipa, recogió la hierba y salió al exterior.
Se sentó en un pequeño banquillo junto a la puerta a
esperar el correo. Estaba seguro que su tío, Filibert
Bolger le respondería desde Cepeda, en la Cuaderna del
Este. Le había escrito unos días antes y lo invitaba a
pasar un tiempo en Hobbiton. Era una mañana espléndida,
el sol brillaba como pocas veces en esa época. La
hermosura y frescura de ese día hicieron que olvidara la
mala noche. Las volutas de humo subían y se mezclaban
con el aire aromatizado por las flores del cuidado
jardín. Bajo la colina, no muy lejos, podía verse El
Agua y las edificaciones de Hobbiton e inclusive, difusas
en el horizonte, las primeras estribaciones de una
colinas cuyo nombre el hobbit no conocía ni deseaba
conocer.
Sancho era un hobbit de veintiocho años de edad,
bastante delgado para ser un Peloso. Su bisabuela, Linda
Bolsón, era la segunda hija de Mungo Bolsón y por
descendencia era el único heredero de la fortuna que el
viejo Bodo Ganapié, su bisabuelo, había recibido. La
familia se había establecido en Hobbiton varias
generaciones atrás, y Sancho ya consideraba su viejo
agujero-hobbit como una símbolo de los Ganapié: Casa
Linda era un lujoso smial construido en el año 1299 como
regalo de bodas de Mungo Bolsón a su hija y su yerno, un
año antes de su muerte, y había sido traspasado de
generación en generación por los Ganapié. Debía su
nombre a la bella Linda Bolsón, esposa de Bodo Ganapié.
Estaba ubicado en un vistoso terreno, sobre el Camino de
la Colina, y era el primer agujero de Bolsón de Tirada.
Dejando atrás Casa Linda, el terreno comenzaba a subir
lentamente y conducía a Sobremonte y a las más ricas
zonas de Hobbiton. Los Ganapié eran parientes, lejanos
por supuesto, de los Bolsón de Bolsón Cerrado, pero el
trato era mínimo y muy hostil. Sancho había escuchado
cientos de veces la misma historia que solía contarle su
padre: cuando Bungo desposó a Belladona, gran parte de
la fortuna del Viejo Tuk le fue otorgada. Sin embargo,
Bodo Ganapié envidió al ahora rico hobbit, y cuando
supo que Bungo deseaba comprar un terreno sobre la Colina
de Hobbiton, no dudó en quitárselo primero. Pero llegó
demasiado tarde, pues el terreno era ya propiedad de los
Bolsón, quienes excavarían luego Bolsón Cerrado, uno
de los agujeros-hobbit más cálidos y lujosos de toda la
Cuaderna del Oeste, pues además de su tamaño, aquel
terreno en disputa había sido uno de los más codiciados
por las grandes familias por su excelente ubicación.
Lleno de rabia, Bodo hizo un gran escándalo en aquella
ocasión que fue recordado por muchos años en Hobbiton,
y juró, rojo de envidia que algún día Bolsón Cerrado
sería suyo. No muy distinta era la posición de los
Sacovilla-Bolsón, que anhelaban poseer el smial desde
hacía muchos años más, y lo habían conseguido: Frodo
Bolsón, heredero de Bilbo, había vendido la residencia
Bolsón hacía unos días a Lobelia Ciñatiesa, y a su
hijo Lotho Sacovilla-Bolsón. Fue entonces cuando las
esperanzas de Sancho de vivir algún día en Bolsón
Cerrado comenzaron a flaquear, y ya resignado, aceptó la
amistad hereditaria con los descendientes de Longo
Bolsón y Camelia Sacovilla (abuelos de Lotho).
Pocos recuerdos tenía Sancho de su madre, Nera
Tallabuena (descendiente del viejo Togo), pues había
muerto cuando apenas tenía tres años.
Contemplando aún el paisaje en lontananza al tiempo que
fumaba pipa, Sancho oyó la aguda voz de su padre que lo
llamaba a gritos. El pobre Olo Ganapié tenía 72 años,
pero una enfermedad muy inusual entre los hobbits lo
había dejado postrado algunos años atrás. Desde
entonces había sufrido mucho y había perdido parte de
su sentido común. El joven hobbit entró en su smial en
respuesta. Aprovechó el momento para tomar algo de
hierba, planeando pasar toda la mañana bajo el sol junto
a la puerta, y entró golpeando suavemente en la
habitación principal de Casa Linda. El polvo diáfano y
el olor a encierro hacían de esa habitación un antro
antiguo y poco agradable. El silencio era tal que los
pasos del hobbit sonaron como estruendosas explosiones.
Sobre una cama de roble descolorido y sucio, yacía Olo
con una expresión lejana y desenfadada. Sus enormes y
velludos pies (que hacían honor a su apellido), se
escapaban de la manta. Miraba con calma la ventana
cerrada, y dijo con una voz apenas audible:
-Ábrela, por favor, hijo.- Sancho accedió, y al
abrirla, una haz de luz viva iluminó la sala, mostrando
el polvo que volaba. Se acercó a su padre y le besó la
frente con cariño, como si estuviera despidiéndose. Sin
decir ni una palabra más, el hobbit salió cerrando la
puerta tras de sí.
Al atravesar el vestíbulo camino hacia afuera, se quedó
atónito, duro como una roca y dejó caer la pipa y los
pastelillos (que había tomado de paso por la despensa)
al suelo enlosado con aquellas famosas lajas que habían
sido adquiridas por una bicoca en la primavera de 1311.
Detrás de la puerta redonda, afuera, se dibujaban
erguidas las piernas de un Hombre Grande, negras sobre el
cielo azul. Sancho salió, y en el momento mismo de abrir
su boca para soltar un seco "¡Largo de
aquí!", la lengua se le paralizó. Cuando atravesó
la arcada, Sancho pudo ver enteramente al hombre moviendo
su cabeza de arriba abajo en un amplio ángulo. Vestía
una enorme capa oscura y mostraba algo así como un
cuchillo de tres puntas en su cintura. En una vaina tan
negra como la noche, una empuñadura oscura descansaba
siniestramente. Con una voz profunda y grave, dijo
amenazante, antes que el hobbit pudiera salir del impacto
que le había arruinado la mañana:
-¿Dónde está Bolsón?.- Y calló.
-¿Bo... Bol... Bolsón?, sí. -Balbuceó, aterrorizado
por la intimidante voz- No... no, ¿el señor Frodo
Bolsón? No, dicen que se ha ido. -Continuó, asustado,
incorporándose- Ya no está en Hobbiton, señor. No... y
no creo que, que pueda, señor, que pueda encontrarlo...
él... él no es como la gente común, no. Anda por
sitios extraños, si, extraños. Dicen que conserva esos
botones mágicos, usted sabe, los del Viejo Tuk, y dicen
que ha llegado a las Montañas Grandes, allá, lejos.
-Dijo haciendo un ademán sin dirección fija y
pretendiendo conocer las Montañas Nubladas- Igual que su
tutor, el señor Bilbo. Se dice que ambos han visto
elfos. -el hombre detuvo el entrecortado discurso del
hobbit con un ronquido de asco.- Sí, elfos.- Concluyó
Sancho.
-¿Puedes encontrarlo?
-No, señor, no, me temo que no. Frodo está tan loco
como el mismo Bilbo. Supongo que sabrá lo de su fiesta
de cumpleaños, hace ya muchos años. -El inmenso hombre
lo miró con desprecio.- ¡Oh, deberá usted oír esto!
-Continuó con soltura el hobbit, indiferente a la mirada
del extraño- ¡¡El desagradecido Bilbo desapareció en
medio de su discurso!!, así, como si fuera humo,
desapareció, y no ha vuelto desde entonces, dejando a
más de un centenar de hobbits sin poder dormir toda la
noche, aunque no me extraña que un Bolsón de Bolsón
Cerrado haga cosas como esas. -El hombre se incorporó
rápidamente al oír esto y quiso saber más. Sancho le
contó detalladamente el episodio ocurrido nueve años
atrás, aquel desagradable momento que la comunidad de la
Comarca debió vivir. -¡Oh, no!, desde entonces nunca
volví a una fiesta de cumpleaños, no señor. Recuerdo
hace tres años el cumpleaños del señor Trufa
Tallabuena, en Delagua. Se decía que iba a superar la
fiesta de Bilbo. El ajetreo en la Comarca, usted sabe,
comenzó un mes antes de que recibiéramos las
invitaciones. Todos los habitantes de Hobbiton y Delagua
habían recibido sus tarjetas, y estaba a punto de ir a
la primera fiesta en seis años, cuando la lluvia
comenzó a aguar cualquier idea de festejar algo. Siempre
tenemos lluvia en Junio, aquí en la Comarca. "La
lluvia en verano, inunda la mano", como decimos en
Hobbiton. Si lo que usted desea oír son viejos dichos,
pues este es el lugar correcto, no hay duda de eso;
aunque el Viejo Tuk nos ha superado en materia de
adagios... -El hombre, un poco exhausto, volvió a
preguntar interrumpiendo el discurso del hobbit:
-¿Puedes encontrarlo?
-Sí, pero... pero, señor, no sé si es lo correcto,
señor.- dijo volviendo a su timidez.
El extraño se alejó unos pasos hacia su caballo negro,
un poco más atrás, y tomó una pequeña bolsa de tela.
Señalándola con sus dedos largos y huesudos, en un
esfuerzo de pronunciación, dijo:
-Tengo oro, mucho. Si lo encuentras, más.
Sancho se vio entonces en una batalla interna, en la que
su lado ambicioso y su resentimiento hacia los Bolsón de
Bolsón Cerrado llevaba la delantera. Sus principios
hobbits le decían, sin embargo, que no se mezclara en
los asuntos extraños de la Gente Grande, pero no pudo
evitar tener una lejana y casi imposible visión: Sancho
Ganapié rodeado de oro, sentado en un salón de Bolsón
Cerrado, siendo más rico e importante que cualquier otro
Bolsón. "El viejo Bodo estaría orgulloso",
pensó casi convencido. El extraño se movió inquieto ya
sobre su caballo.
-Oh, si. ¿Mucho oro? Es... está bien, señor. Haré lo
posible, sí, por encontrarlo, señor.
-Búscame en Bree. Soy Khamûl.- dijo complacido con un
tono que dejó al hobbit en un mar de dudas y una sonrisa
torcida.
-¡¿¿En Bree??! -preguntó aterrorizado al tiempo que
el oscuro hombre le volvía a mostrar el oro.- Encantado,
señor Khamûl- murmuró en una voz apenas audible y
cuando el hombre se alistaba a partir, dijo en un
repentino ataque de sentido hobbit: -Espere!, ¿qué es
exactamente lo que usted le hará cuando lo encuentre?.
-Nada. Solo quiero una fruslería, un juguete de mi
Señor que le fue entregada hace un tiempo. No se
enojará, pues él no quiere en verdad tener ese Objeto.
Será un alivio para Él si lo encuentras- dijo con un
doble sentido que el hobbit no entendió.
-¿Y por qué a mí?- preguntó sin consuelo Sancho.
-Necesito uno de vosotros que pueda atravesar todas las
fronteras. Tuve suerte en encontrarte: te gusta el
oro.-dijo mientras se alejaba raudo hacia el Este. Sancho
se quedó quieto siguiendo con la vista al extraño que
se alejaba rápidamente, como víctima de un hechizo
propio de uno de esos cuentos de viejas que de mala gana
oía en El Dragón Verde. "¿Qué he hecho?",
se dijo el hobbit a sí mismo. "Por una bolsa de oro
me he metido hasta las narices en un asunto muy raro. No
debí aceptar la oferta. ¡Sancho, cabeza hueca!, ¡en
qué problema te has enrollado ahora!.
Cuando ya no pudo distinguir el negro caballo de los
árboles, aturdido por el episodio, el hobbit se alejó
hacia su hogar en busca de paz. Sin embargo, no pudo
encontrarla hasta mucho tiempo después, incomodado
siempre por el sinsabor de lo inesperado.
II
LA PARTIDA
Sancho gritó sobresaltado. Miró a su
alrededor, aún sin despertar del todo. ¡Se había
quedado dormido! Recordó difusamente el episodio
lamentable ocurrido unas horas atrás. Intentó
reconstruir los hechos en su mente, pero solo llegó a su
cabeza el malestar que le había provocado la llegada de
aquel hombre. Se sentía mal, apesadumbrado, y triste.
"Bueno, -pensó-, el tal Khamûl no sabrá si no
hago caso a su propuesta". Casi le había comenzado
a agradar la idea de convertirse en un hobbit ricachón,
famoso en todas las posadas de la Comarca. El hobbit fue
a la despensa en busca de algún pastelillo, abrumado por
la agitación. Tomó dos, y al pasar por la cocina
colocó una marmita con agua a calentar sobre el fuego
que ardía calentando todo el smial. Volvió a su
habitación devorándose el primer bocado y se preparó
para salir. De vuelta en la cocina, cogió un pequeño
sobre de hierba y la pipa y salió hacia fuera a tomar un
poco de aire. Miraba el paisaje, cuando se sobresaltó al
ver un papel clavado al sostén de madera del buzón con
un cuchillo ennegrecido. El mensaje, escrito con una
letra y un lenguaje rápido y grotesco, decía:
"No olvidar a Bolsón. Compromiso aceptado. Caso de
incumplimiento: muerte. Una semana. Afueras de Bree.
Mucho oro. Él paga muy bien."
El hobbit dejó caer el papel, y en un estado de pánico,
comenzó a mirar hacia todos lados. Estaba mareado. Tomó
asiento y respiró profundamente. ¡Vaya susto! Aún
confundido, se levantó y comenzó a caminar fríamente
dejando su pipa tirada sobre el umbral; como si una
fuerza exterior tuviera control sobre su cuerpo. Mientras
subía la colina, intentaba ordenar los sucesos ocurridos
desde la fatídica mañana anterior, pero una y otra vez,
los mismos planteos llegaban a su cabeza: "¡Qué
horror! ¿Por qué a mí?, ¡¡que he sido un hobbit
decente toda mi vida, toda!! Debe ser un castigo por
haber peleado con Eufemio Lagunas en El Dragón Verde, el
año pasado. ¡Ése extranjero de Bree! ¡¡Todos saben
que yo no inicié la pelea!! ¿Qué culpa tengo si viene
del Este a tildarnos de colonos y decir que en Bree
nació el hábito de fumar pipa? Alguien debía
enseñarle a ese bribón del Exterior cómo son las cosas
en la Comarca... ¡Colonos nosotros!", y continuó
tejiendo pensamientos en su cabeza.
Al llegar a Bolsón Cerrado, la casa que ahora
pertenecía a los Sacovilla-Bolsón, se detuvo ante la
puerta verde, perfectamente redonda y después de un
suspiro interminable, golpeó, pero el agujero parecía
vacío. Cansado de esperar, se alejó camino a casa, bajo
la colina. Estaba por entrar en Casa Linda, cuando
divisó, en el jardín de Bolsón de Tirada Número Tres,
a Hamfast Gamyi, el Tío. Corrió hacia él saludándolo
con su brazo. Agitado por el ejercicio matutino, Sancho
tomó algo de aire y preguntó:
-¿Está Lobelia en casa?
-No, llega esta tarde. Se encuentra allí, en Delagua,
haciendo los preparativos de la mudanza, en su casa.-
dijo el Tío sin detener su labor: podaba hábilmente un
pequeño árbol con una inmensa tijera de jardinero.-
Aún tenemos unas horas de paz- rió. Sancho lo miró de
soslayo amenazante.
-¡Oh!, disculpe si he ofendido a sus amigos, señor
Ganapiés.
-¡¡Ganapié!! ¡Vaya! ¿Cuándo ha partido el señor
Frodo?
-Ayer, a la noche. Se ha ido con mi Sam hacia Cricava,
allá -dijo con un vago movimiento de brazo-. No ha
querido escuchar mis consejos, ese joven asno, ¡se ha
ido con su amo dejándome solo con la señora
Sacovilla-Bolsón! ¿Pero qué es lo que sucede con el
señor Bolsón?, ¡todo el mundo lo busca!
-¿Todo el mundo?- preguntó Sancho, intrigado.
-Si, después de su partida, un extraño de negro vino y
preguntó por él. El señor Frodo se ha enrollado
demasiado en esos asuntos extraños, justo igual que el
señor Bilbo. Le dije a Sam que no se metiera en eso,
pero no me hizo caso. ¡Cabeza dura!, y eso que he
intentado criarlo de la mejor manera posible, para que
fuera un hobbit decente, pero son esos pensamientos
jóvenes que se irán con el tiempo.
-¿Quién dijo ser, el extraño ése?
-No lo sé. Hablaba con un acento muy raro, y una voz
ronca. Me ofreció oro a cambio de encontrar al señor
Bolsón y conducirlo a Bree. Pero prefiero no inmiscuirme
en esos asuntos de la Gente Grande, y parece que las
intenciones del extraño no son buenas.
-Bien- dijo Sancho, sintiéndose algo culpable- debo
irme.
-Adiós, señor Ganapiés.
-¡¡Ganapié!!
El hobbit se alejó, más preocupado que antes.
"Debo viajar a Cricava", se lamentó, y entró
en la calidez de su hogar. "Debo viajar a
Cricava", se dijo otra vez, y se acercó a una
vitrina ubicada en el vestíbulo que enarbolaba un mapa
de la Comarca. Lo analizó, midió las distancias, y
asustado, dijo en voz alta y casi lloriqueando:
-Es lejos.- Y perturbado, pensó: "¿Qué se
necesita para un viaje largo? ¡Comida! ¿Qué más?
Hierba para pipa, enseres, ropas, un pañuelo, cubiertos,
sal...", y uno a uno, colocó todo lo imprescindible
en un bolso. En otra vitrina, descansaban debajo del
polvo los mathoms: tomó un manto de gruesa tela, una
cuerda, un pequeño mapa... de pronto, se detuvo. Estaba
excitado, emocionado por la aventura, y se vio colocando
un pequeño cuchillo desafilado entre otros elementos
totalmente prescindibles. Agitado por la emoción, salió
disparado de su casa, olvidando despedirse de su padre.
El sol otoñal se acomodaba en su posición del mediodía
cuando Sancho dio los primeros pasos de lo que sería su
primera y última aventura, una experiencia que no
querría volver a repetir jamás.
III
UNA ÚLTIMA DESPEDIDA
Después de cruzar El Agua por el viejo
puente de tablones, Sancho Ganapié entró en La Mata de
Hiedra, para despedirse de la Cuaderna del Oeste con un
buen pichel de cerveza. Allí se mantuvo callado, alejado
de la multitud que junto al fuego compartía la tarde
contando historias extrañas y hablando de las últimas
novedades de la zona que siempre algún parroquiano se
esforzaba en contar una y mil veces. El posadero se
acercó lentamente hacia Sancho.
-¿No habrás venido a pelear esta vez, verdad Sancho?-
preguntó con su voz avejentada por cien años de vida.
-No, señor, no se preocupe, solo vine a tomar un trago
antes de partir hacia el este.- comentó Sancho casi sin
ganas de hablar.
De pronto, el posadero se irguió y gritó ante el grupo
de hobbits que bebían:
-Oigan, ¡todos!, démosle una buena despedida a nuestro
amigo Sancho Ganapié, se va hacia el este, -y agregando
algo de su propia imaginación, concluyó- ¡va a pasar
el Brandivino!
Sancho intentó esconderse bajo la mesa, pero era tarde,
estaba sorprendentemente rodeado por la multitud que
frecuentaba La Mata, que ya entretejían historias
disparatadas en torno al viaje de Sancho:
-¿Y qué va a hacer, allá en Bree?- preguntó un joven
de Alforzada, entusiasmado.
-¿Bree? ¡Ni siquiera voy a cruzar el Brandivino! Y por
cierto, creo que ya es hora de irme- dijo intentando
pararse.
-¿A dónde crees que vas? ¿Qué es eso de irte sin una
simple despedida? -preguntó Mosco Madriguera, un joven
amigo de la infancia de Sancho- ¡Vamos!, ¡Posadero,
ey!, ¡invito una ronda de la mejor cerveza que tengas
para este viajero solitario! -se volteó una vez más
hacia Sancho- ¿Qué puede llevar a un hobbit holgazán
como tú al Gran Río?
-¿Gran Río? ¡No! Voy a Cepeda... es mi tío, que
requiere mi ayuda para construir su nuevo smial.
-¿No lo ves por muchos años y ahora quiere tu ayuda?,
¡vaya!. ¿Y para qué quiere el señor Bolger una nueva
casa, si la que tiene es ya lo suficientemente grande
como para meter a veinte Olifantes?- dijo Mosco lanzando
una carcajada.
-Es... es que quiere vender su vieja casa. Teme que el
techo se venga abajo.
-¡Claro! ¡Solo a él puede ocurrírsele construir su
casa debajo de La Calzada!
Y así se quedaron hablando los dos viejos amigos, hasta
que Sancho, repentinamente recordó su misión. Se
incorporó rápidamente, mientras Mosco contaba con
gracia los últimos disparates del alcalde de Cavada
Grande, Will Pieblanco, y salió apuradísimo sin
siquiera despedirse.
Caía la media tarde cuando llegó a Delagua. No
obstante, prefirió no detenerse en El Dragón Verde,
aún bajo la tentación de las risas y los cantos que
atravesaban las ventanas y la amplia puerta. No quería
retrasarse más y prefería pensar en soledad, razones
por las que continuó con su pesado andar ya cerca de La
Piedra de las Tres Cuadernas, que marcaba la frontera
entre las Cuadernas del Oeste, del Este y del Sur,
abriendo paso a las colinas de hierba verde, el centro de
la Comarca.
Caminó lentamente, disfrutando del hermoso paisaje y sin
preocupaciones, como solía hacer con su padre.
Repentinamente, recordó: "¡Rayos! ¡He olvidado al
pobre de mi padre en su catre!. Y ni siquiera me he
despedido. No tendrá nada de comida... ¡Debo volver!.
No sé qué quiere ese Hombre Grande, pero me
asusta." Sin embargo, enseguida volvió a su mente
la carta que había sido clavada al buzón, y la amenaza
calló sus dudas y lo obligó a seguir adelante.
Intentando conformarse, se dijo: "Ni lo notará, el
pobre. Ya no distingue una nuez de una bellota. ¡Pobre
viejo Olo!. Además, me agrada la idea de ver al tío
Filibert, en Cepeda... hasta quizás podamos tomar un
trago de cerveza juntos."
Al caer la tarde se detuvo junto a un árbol, a un lado
del largo Camino del Este, sobre una loma redonda, y
mirando en lontananza divisó la inmensidad de la Tierra
Media, aunque, por supuesto, su corta vista hobbit no
pasó siquiera el río Brandivino. Atisbó apenas unos
puntos negros que conformaban el poblado de Los Ranales,
a unas diez millas adelante. Vio, desdibujado en el
horizonte, el Bosque Cerrado, las innumerables colinas,
los ríos, las montañas, allá lejos, las nubes
majestuosas y el cielo, inmenso. De pronto, algo extraño
le ocurrió en su confundido corazón hobbit, y entendió
que la Comarca era algo más que aquel País Verde que
desde pequeño había amado y del que nunca había
salido. Cayó en la cuenta entonces de los inmensos
problemas que podrían ocurrir más allá de los
límites, en otros países que no conocía, fuera de la
protección aparente de los Fronteros. Y sin embargo,
maravillado ante aquella vista única, sintió miedo y
reflexionó sobre su viaje, sintiendo que traicionaba a
un hobbit. Y si no hubiese sido por el miedo aún mayor
que sentía por Khamûl, hubiese abandonado su misión y
habría corrido hacia Hobbiton temerosamente a sentarse
en la puerta de su agujero-hobbit, cómodo y feliz
degustando un sabroso pan de frambuesas. Pero permaneció
allí, parado en esa colina contra el viento por un buen
rato, hasta que decidido, tomó su bolso y firme, se puso
en camino hacia Los Gamos en busca del señor Frodo
Bolsón.
No obstante, esa firmeza había desaparecido ya al caer
la noche, cuando se detuvo, cansado por un día de
caminata, a dormir sobre la hierba fresca, y en sueños,
el remordimiento de su misión lo acechó impidiéndole
descansar placenteramente.
IV
APURADO POR LA LEY
Se despertó intranquilo y en una mañana
pálida, muy diferente a la anterior. Los sueños de la
noche le zumbaban en la cabeza, y una y otra vez, volvía
el sentimiento de culpa. Pensaba mucho en su padre, en lo
mal que la estaría pasando, sin comer ni sentir su calor
de hijo. Se dirigió hacia un pequeño arroyo,
probablemente afluente de El Agua, llenó una marmita con
agua fresca y volvió al lugar donde había pasado la
noche. Encendió un fuego junto a un gran roble no muy
lejos del camino y colocó la marmita a calentarse.
Preparó té, desayunó dos pastelillos, sin tener en
cuenta cuántos necesitaría para todo el viaje, y
partió sin más demoras.
Marchó a paso lento durante toda la mañana, hasta que
al mediodía, se detuvo a comer. En el momento mismo en
que se disponía a abrir su bolso, escuchó detrás de un
codo del camino, risas y voces. Eran hobbits, sin duda,
pero Sancho no dudó ni un segundo: se escondió detrás
de un arbusto. No quería ser visto, estaba malhumorado e
intentaba caminar lo más rápido posible. Respiró
detrás del arbusto agitado por un momento hasta que las
voces se escucharon claramente:
-¡Ja, ja, ja!- rió un hobbit de voz alegre y chillona.
-¡Pobre señora Arenas! Está más loca que una cabra,
¡decir que un Hombre Grande pasó por Los Ranales
preguntando por el señor Bolsón y un tal Sancho
Ganapié, de Hobbiton!, ¡justo frente a nuestras
narices!, ¡qué desatino!.- comentó otro.
-¿Será ese tal Sancho uno de los Ganapié de Casa
Linda? No conocía ese nombre, y he conocido a la gente
de Hobbiton toda mi vida. Y además, los Ganapié son
gente muy predecible, nunca se meterían en los asuntos
de los Bolsón-dijo uno bastante decepcionado.
-No sé si es locura de la señora Arenas o no, pero el
señor Pétalos, de Surcos Blancos, me comentó haber
recibido en las puertas de su casa a un Hombre Grande a
caballo, vestido de negro y con capucha preguntando por
el señor Bolsón.
-Oh, ¡patrañas!- respondió otro. Repentinamente, un
grito de lamento se escapó desde un pequeño árbol, a
un lado del camino. El pobre Sancho había sido víctima
de los pinchazos de un tipo de arbusto bastante inusual
en la Comarca, al querer asomarse a ver a quiénes
pertenecían las voces. La sangre salía lentamente por
tres agujeros provocados por los pinchos de la planta.
-¡Alto ahí, en nombre de los Oficiales de la Comarca!-
dijo quien parecía ser el jefe de la patrulla, un hobbit
de aspecto cómico, gordo y de mejillas rojas que llevaba
una pluma en su sombrero.- ¿Quién eres y por qué te
escondes?
-Mi nombre es... es, Tony Brandigamo, de Casa Brandi.
Creí que eran un par de amigos de Los Ranales, y quise
jugarles una broma. -mintió sin disimulo el hobbit.
-¿Tony Brandigamo? ¡Vaya!, no conozco ningún Tony de
Casa Brandi, y puede decirse que conozco a todos los
Brandigamo. ¡Vivo en Casa Brandi, pues soy un
Brandigamo!
-Oh, pues claro, yo soy de Hobbiton, pero hace poco
tiempo he vuelto a Casa Brandi a vivir con mis padres.
-¿Quiénes son tus padres?
-Mi padre es Seredic Brandigamo- conocía a Seredic pues
había sido un viejo amigo de su padre.
-¡Vaya! Esa si que es una mentira. Doderic, Celandine e
Ilberic son los hijos de Seredic, si algo sé yo de
genealogía de los Brandigamo. ¿Por qué no nos dices tu
verdadero nombre y terminamos con esto?- preguntó serio
el Oficial Brandigamo, y antes que contestara, concluyó
con sorna -Deberá usted acompañarnos a Los Ranales, -y
dirigiéndose a sus compañeros- ¿no creen, muchachos?.
-Los demás asintieron.
-¡No!, mi nombre real es Sancho Ganapié y debo llegar
cuanto antes a Los Gamos por razones de urgencia. -dijo
el hobbit.
-¿Sancho Ganapié? -los Oficiales se miraron entre sí-,
¡Vaya!, ¿qué relación tiene, señor Ganapié, con la
Gente Grande del Exterior?
-Ninguna, señor. ¿Por qué lo pregunta usted?
-Bueno, pues un tipo extraño, vestido en negro, estuvo
preguntando por Sancho Ganapié y Frodo Bolsón...
-Bueno... pues... hace ya dos mañanas apareció en mi
puerta un hombre a caballo, vestido con una manta negra
preguntando por el señor Bolsón. No supe decirle nada,
pero me pidió mi nombre y se fue.
-¿Y cuáles son las razones urgentes de su viaje?
-Pues, avisarle al señor Bolsón que lo buscan
urgentemente.
-¿Y por qué nos mintió sobre su nombre, entonces?
-Temía, señores, que la decencia de mi familia se viera
perjudicada.
-Está bien, señor... Ganapié, puede irse, pero tenga
cuidado y no se meta en los asuntos de los Bolsón de
Hobbiton, que son gente muy extraña.
-Sin duda- dijo Sancho y se despidió de la patrulla
caminando hacia el Este.
Al mediodía llegó a la pequeña aldea de Los Ranales, y
sin dudarlo, entró a la popular taberna El Leño
Flotante, donde se vendía el mejor caldo de la Comarca.
Adentro, el ambiente era alegre, y los hobbits
trabajadores tomaban un descanso hablando de las últimas
noticias. Pronto se vio tomando cerveza junto al hogar y
hablando más de la cuenta con los hobbits de la zona.
-¡Ah!, por cierto que está loco, el señor Bolsón. Lo
estoy... buscando, si, ¿alguien ha visto al señor
Bolsón? Me van a pagar una bolsa de oro si lo encuentro,
¡si señor!. ¡Un gran hurra por el señor Bolsón, que
me hará rico!-dijo descuidadamente ante el silencio
total. Los hobbits se miraron entre ellos y luego a
Sancho, con desconfianza. Al cabo de unos momentos,
entró un Oficial de la Comarca:
-¡Vaya! Si es el mentiroso de Hobbiton otra vez. -dijo
mientras el posadero le comentaba lo acontecido.- Bien,
señor Ganapié, venga con nosotros al cuartel y
cuéntenos todo.
Sancho, cabeza gacha, caminó, y escoltado por la
patrulla de oficiales cruzó el poblado y entró en la
Casa de los Oficiales de la Comarca.
-Sabe que no nos gusta entrometernos en los asuntos
privados, señor Ganapié, pero dadas las circunstancias,
debemos actuar por la seguridad de los hobbits de la
Comarca. Ese o esos caballeros negros han sido
denunciados por varios vecinos de la zona por agresión.
Y como vemos que usted tiene relación con estos, le
pedimos una explicación.
El hobbit comenzó:
-Como ya dije, el extraño se presentó ayer en mi casa
de Hobbiton y preguntó por el señor Frodo Bolsón, de
Bolsón Cerrado. No le dije nada de lo poco que sabía, y
me pareció prudente avisarle al señor Frodo el peligro
que seguramente corre. Pero no he podido encontrarlo.
-¿Y qué es eso del oro?
-El hombre me ofreció oro si lo encontraba. Pero, por
supuesto, no acepté su propuesta. No dudé en
contactarme con el señor Bolsón para comunicarle el
episodio.
-Mmm... he oído que los Ganapié no han hecho buenas
migas con los Bolsón de Bolsón Cerrado. He visto cosas
extrañas últimamente, pero esto me desconcierta...
-Los Bolsón y los Ganapié hemos eliminado nuestras
diferencias hace rato, Oficial.-mintió una vez más el
joven hobbit.
-Bien, nos has mentido ya dos veces, pero te creo. Ve
hacia Los Gamos, allí encontrarás al señor Bolsón,
según he oído ha comprado un bonito smial en Cricava.
Sancho salió aliviado de la Casa de los Oficiales y
siguió la marcha directamente, sin mirar atrás y con un
paso apresurado.
A la mitad de la tarde, detuvo la marcha y se sentó en
un bosque de abedules. Cuidadosamente desempacó los
emparedados de carnero ahumado (muy abundantes en su
despensa de Casa Linda). Colocó un pequeño mantel de
tela sobre el lecho de hojas y se sentó a saborear su
postergado y tardío almuerzo. Iba a dar el primer
mordisco cuando se sobresaltó: un grito agudo,
chirriante y terrorífico cruzó el viento paralizándole
el cuerpo al pobre hobbit. Parecía algo así como
palabras entrelazadas en un lenguaje y una pronunciación
muy distintas a la Lengua Común, un idioma negro y
atemorizante. Se sintió helado y aterrorizado.
Enseguida, oyó un ruido de cascos y rápidamente se
escondió detrás de un árbol fornido esperando ver a
los Oficiales de la Comarca sobre sus poneys. "Vaya,
al fin y al cabo, debí decirles la verdad, ahora están
tras de mí como a un ladronzuelo", pensó, mientras
observaba sigilosamente el camino. Finalmente, cuando ya
le faltaba el aliento, pudo ver un alto caballo negro con
un jinete aún más negro, quieto como si oyera
atentamente el grito anterior, y, finalmente, tras unos
segundos pesados, con un sonido aún más escalofriante y
más claro respondió en el mismo idioma. Sancho no pudo
reponerse hasta unos momentos después:
"¡Khamûl!", pensó, pero antes de que pudiese
levantarse para pedirle un adelanto en efectivo, el
jinete ya se encontraba lejos, incapaz de oír sus
gritos. Aquellas espantosas palabras ininteligibles le
había quitado el apetito. Guardó cuidadosamente (aunque
temblando aún) la comida en su morral y continuó la
marcha, postergando una vez más el almuerzo.
Al atardecer llegó al pequeño poblado de Surcos
Blancos, la última aldea sobre el Camino antes del
puente del Brandivino. Entró en El Olifante Gris, una
pequeña posada y después de comer un abundante
almuerzo-cena, se acostó en una cama algo dura y pasó
la noche intranquilamente.
V
AMPOLLAS
Al despertarse, adolorido, Sancho vio un
desayuno hobbit perfectamente servido justo sobre una
pequeña mesa cercana a la puerta de su habitación.
Mantequilla, pan, mermelada de frambuesas y una taza de
té yacían sobre una bandeja reluciente. Comenzó a
devorar con apetito y en pocos minutos ya no quedaba en
la bandeja sino algunas migas y los cubiertos. El alegre
posadero golpeó la puerta de la sala al tiempo que
Sancho se aprontaba a salir.
-Buenos días, señor Ganapié- dijo con una vocecita
amable -¿durmió usted bien?- se preocupó el hombre.
-Si, señor Surcones. He tenido una placentera noche. Y
ha sido muy sabroso el desayuno. Le agradezco.
-Un regalo de la casa -sonrió Surcones. -Y bien...
¿hacia dónde va?
-A... Cepeda.
-¡Ah, qué bien! Me he tomado el trabajo de prepararle
algo de comida para que lleve con usted, y tenemos en el
establo un hermoso poney, listo para partir.
-Le agradezco mucho, señor Surcones, pero prefiero
caminar.
-Como quiera, señor Ganapié. Tenga cuidado, los
Fronteros han estado algo preocupados por un jinete negro
que anda molestando a los hobbits de toda la Comarca. Lo
han visto en Hobbiton, en Los Ranales, en Cepeda, ¡en
todas partes!. Y he escuchado que buscan al señor
Bolsón, de Bolsón Cerrado.
-¿Si?- preguntó disimuladamente Sancho pretendiendo
poco interés.- Son esos Bolsón que se entrometen en
asuntos que no son propios de hobbits. Con esos hombres
negros andando por todas partes, nadie está seguro. Son
negros, como la noche misma y dan mucho miedo.
-¿Quiere decir que los ha visto?
-Bueno, eh..., no exactamente. Los Oficiales me
comentaron sobre ellos, pero no los he visto. Dicen que
son peligrosos.
-Si, eso dicen. Le tiraron el caballo encima al viejo
Maggot, en Marjala, según me dijo esta mañana un
parroquiano de Junquera. Y dicen que son más de dos.
-Si, bien. Son asuntos extraños, pero debo irme. Llevo
prisa, señor Surcones.
-Si, claro, está bien.
-Debo agradecerle todo, señor, volveré y recomendaré
El Olifante Gris a todo Hobbiton. -dijo saludándolo con
la mano y alejándose por el Camino.
-Los Oficiales deberán saber esto- murmuró para sí
mismo el posadero mientras entraba en El Olifante.
Sancho se puso en camino, como el primer día, lleno de
vigor y con ganas de llegar cuanto antes a Los Gamos.
Atravesó los Campos del Puente y ya por la tarde
comenzó a sentir un gran dolor en sus pies. Sancho ya
nunca salía a caminar, y el ejercicio repentino le
había sacado ampollas en los pies.
"¡Ampollas!", pensó Sancho. "¡Un hobbit
con ampollas en los pies! ¡Debí haber aceptado ese
poney!". Se lamentó una y otra vez. "Podría
estar ahora tomando un baño en Casa Linda si no fuera
por ese tal Khamûl. Creo que estoy en serios problemas.
No debí haber aceptado ese oro, no sé qué querrá ese
hombre negro del señor Bolsón, pero aún sabiendo que
tenía buenos propósitos, no debí entrometerme en este
asunto. Supe desde que llegó el extraño a casa que me
traería problemas. ¡Pero no pude imaginar
cuántos!".
Siguió pesadamente la marcha, pero sentía que a cada
paso era más difícil dar el siguiente, hasta que llegó
a la ruta a Cepeda. Alcanzó a ver, siguiendo por el
Camino que ahora debía dejar, el Puente del Brandivino.
Avanzó alegre, pues ya faltaba poco para llegar a
Cepeda, y eso le dio algo más de fuerza para dar unos
pasos más. Faltaban apenas unas millas para llegar a la
aldea cuando el hobbit cayó derrotado al suelo
polvoriento. Era imposible dar un paso más. Los pies le
dolían de una manera impresionante. Permaneció allí,
tendido sobre el Camino por un momento hasta que comenzó
a arrastrarse en un fatigante esfuerzo vano.
Repentinamente, oyó una voz hobbit detrás suyo:
-¡Ey! Buen hombre, ¿necesita algo de ayuda?- era un
extranjero, de Bree por el acento. Estaba sentado
cómodamente en el pescante de un carro de madera tirado
por dos poneys. -Venga, suba- dijo al tiempo que bajaba
de su silla y ayudaba a Sancho a subirse.
-Gracias, señor- le dijo cuando subía. -Tengo ampollas
en mis pies y no puedo continuar la marcha. ¿Hacia
dónde va?
-¡Ampollas, vaya, raro en un hobbit normal! Voy a
Balsadera. ¿A dónde va usted?
-A Cepeda.
-Debe haber hecho un largo camino para sacar esas
ampollas en sus pies- comentó intentando sacarle algo de
información.
-Oh, si. He recorrido un gran camino, pero al fin llego a
la casa de mi tío.- respondió Sancho evasivamente.
-¿Viene de Hobbiton?- inquirió perspicaz una vez más
el conductor.
-Si. Allí vive un primo lejano. He ido a visitarlo. ¿Y
usted, a qué va a Balsadera?- tratando de cambiar el
tema de conversación.
-Soy comerciante. Vengo de Los Ranales y llevo hierba
para pipa hacia Balsadera. Es de la mejor, Viejo Toby.
Viene de Valle Largo y creo que es la última cosecha del
verano. Es muy parecida a la hierba de Bree que se
cultiva en las laderas. Se dice que quienes ayudan a los
Corneta en la Cuaderna del Sur con el cultivo son hobbits
de Bree, Archet y Entibo. A propósito, he notado que la
gente de la Comarca no sabe reconocer la verdadera
calidad de una buena cosecha Viejo Toby. Y claro que
tampoco saben fumarla adecuadamente, eso se debe...
-Bien- dijo Sancho secamente, cortando el discurso del
conductor- Se dice que la gente del Exterior es quizás
algo tonta y cuando hablan de su propio país se vuelven
pedantes. Ahora lo compruebo, señor...
-Señor Bajorío, de Bree. Y no tan tonto como usted
cree, señor...
-Señor Ganapié, de Hobbiton.- dijo Sancho con sorna.
-Bien, he oído algo de ti en Surcos Blancos...
-¡Está bien! Aquí me bajo, señor Bajorío. Le
agradezco su gesto, pero prefiero continuar a pie, aún
con estas ampollas -dijo poco amable el hobbit, cojeando
hacia un lado del camino. Se detuvo un momento y miró
con desdeño el pasar tranquilo del carruaje. El señor
Bajorío lo miró de soslayo con una sonrisa burlona, y
se alejó tarareando una vieja canción hobbit de la
Comarca.
-¡Colonos!- concluyó mofándose Bajorío, ya lejos,
pero lo bastante fuerte como para que Sancho lo oyera.
El hobbit de la Comarca se quedó refunfuñando en el
lugar, hecho un mar de dudas: "Creo que este es el
fin, no puedo dar un paso más con estas ampollas
malditas. No me importa tener que dejar esta aventura,
sería incluso un gran alivio para mí. Al fin y al cabo,
¿qué es una bolsa de oro menos en la bodega de Casa
Linda?. ¡Una bolsa de oro! ¿¡Pero qué rayos estoy
diciendo!? No puedo renunciar al sueño de los Ganapié,
no cuando estoy tan cerca de cumplirlo. Compraré Bolsón
Cerrado, a los Sacovilla-Bolsón si es necesario. Y
Lobelia se conformará con el oro y Casa Linda. No hay
duda de ello." Pensó. Y aún si hubiese conseguido
diez bolsas de oro, nunca hubiese podido comprar Bolsón
Cerrado a la señora Lobelia Sacovilla-Bolsón, no
después de todo lo que había esperado la pobre para
vivir sobre la Colina.
-Bien... ¡Seguiré adelante, aunque deba poner en su
lugar a mil Extranjeros más!- dijo decidido Sancho.
Reanudó la marcha a paso firme, y olvidando cualquier
dolor o miedo, se dirigió al poblado de Cepeda, algunas
millas más adelante.
VI
PROBLEMAS FINANCIEROS
Llegó al cabo de una hora de caminata. Se
detuvo un momento ante un cartel enorme, en la entrada
del poblado: "Bienvenidos a Cepeza, el pueblo de la
cerveza". El nombre de la ciudad había sido
alterado bruscamente por un par de borrachines en un
intento poco lúcido de crear una frase con rima. Pero el
cartel tenía razón: en La Perca Dorada se tiraba la
mejor cerveza de toda la Cuaderna del Este. También era
sede del antiguo festival de la cerveza, aunque había
dejado de hacerse unos años atrás. Sancho pasó por
alto la cerveza por un momento, y fue directo hacia la
casa de su tío Filibert Bolger, bajo La Calzada. Cruzó
la ciudad enteramente de Norte a Sur y bajó lentamente
por una callejuela que conducía a una renombrada vía
llena de lujosos smiales. Sin embargo, y según pudo
descubrir el propio Sancho en ese momento, la casa de su
tío era una excepción: una puerta bastante vieja y
descolorida colgaba torcida de un gozne oxidado. Por una
ventana, una luz pálida salía hacia la calle, como si
quisiera huír. Una escultura precaria a la que costaba
llamar "buzón" yacía prácticamente en el
suelo, atada a una madera grotescamente cortada y en su
interior no cabía una sola carta más. "Con razón
no me ha respondido...", pensó Sancho, recogiendo
las cartas una por una e intentando desesperadamente no
desmoronar la obra. Al fin, golpeó suavemente a la
puerta dejando caer el polvo y esperó:
-¿Quién anda ahí? ¡Ya les he dicho que no tengo nada
con qué pagarles!
-Tío, soy yo. Sancho Ganapié. De Hobbiton.- dijo algo
confundido mientras la puerta se abría con un ruido
chirriante. La figura de un hobbit flaco, de rizos
despeinados y ropa vieja y muy ajada apareció enseguida.
Filibert Bolger había nacido en Bolgovado, cerca del
Puente. Estaba casado con Amapola Redondo-Bolsón, hija
única de Falco y nieta de Bingo Bolsón, el último hijo
de Mungo. La relación de parentesco con Sancho era
bastante lejana, pero su padre, Olo, había sido un gran
amigo de los Bolger de Bolgovado, y en el deseo de darle
algún tío a su único hijo, había adoptado, entre
muchas cervezas, a Filibert como tal. Sin embargo, Sancho
lo había visto en contadas oportunidades, debido a la
gran distancia entre Cepeda (lugar al que se mudó tras
su casamiento) y Hobbiton. Sancho había visto a su tío
veintiún años atrás, cuando apenas era un niño. En
aquel entonces, Filibert solía ir a Casa Linda todos los
años, pero, por razones que Sancho desconocía, había
dejado de visitarlos.
-Oh, ¡Sancho Ganapié!...- dijo dudando y rascándose la
cabeza- Si, el hijo de Olo, de Casa Linda. ¡Has cambiado
un poco! Creí que eras uno de esos bribones de La Perca.
¡Vaya, que susto!. Pasa, adelante. Oh, has recogido el
correo. Te lo agradezco. Deja las cartas aquí,
¡perfecto!- dijo bastante agitado.- ¿Y bien, qué haces
aquí, en Cepeda? Siéntate.
Sancho miró con desconfianza la silla, la sacudió con
la mano y se sentó tímidamente. Recorrió el
agujero-hobbit con la mirada: El piso no tenía alfombra,
y el suelo enlosado se veía un tanto desagradable. Las
paredes tenían rajaduras, y el techo parecía venirse
abajo. Estaba sostenido por unas vigas de madera de roble
en las esquinas. Hacia el fondo, la casa se perdía en
una oscuridad atemorizante.
-¡Vaya!, tu casa parecía más bonita en la voz de mi
padre...
-Ah, si. He tenido algunos problemas... nada por qué
preocuparse -dijo en respuesta a la expresión en la cara
de Sancho.- Solía tener un hermoso smial...- suspiró
con tristeza. -¿Y bien, cómo está el primo Olo? Supe
lo de su recaída, hace tiempo, y que no podía moverse
de su cama.
Sancho se unió repentinamente a la tristeza de su tío:
-Así es. Sigue igual, quizás peor, aunque tiene a veces
sus mañanas lúcidas en que es capaz de levantarse por
un emparedado. Pero la mayor parte del tiempo se la pasa
mirando al techo, diciendo cosas sin sentido.- y con
esto, ambos hobbits se internaron en sus propios
pensamientos.
Al fin, Filibert rompió el pesado silencio.
-¿A qué has venido, Sancho?
-Asuntos... privados. Tengo que ir a Cricava mañana a
ver a una persona. Pensé que podría quedarme aquí,
claro, si ni a ti ni a Amapola les molesta... y por
cierto, ¿dónde está tu dulce esposa?.
-Oh, está de viaje. Ha ido a visitar a unos parientes de
Alforzada, vuelve en unos días. Creo que es una forma de
huir de esta pocilga.
Sancho intentó cambiar el tema, para alegrar un poco
más a su tío, sin embargo, el tema elegido no fue menos
triste:
-¿Y por qué la casa está tan descuidada?
-¿Recuerdas mis tierras, más al Sur? Son yermas ahora,
nada crece allí, ni un miserable pastizal. Nada de nada.
No sé qué fue lo que pasó, pero una vez fui, y todos
los cultivos estaban secos, marchitos. Algunos vecinos me
ayudaron al principio, pero mi mal genio los espantó a
todos. Luego llegó la ayuda del padre de Amapola, Falco,
pero cuando murió, todo se vino abajo otra vez. Las
cosechas nos mantenían todo el año, y he tenido una
suerte de perros desde entonces. Por un año me la pasé
bebiendo y comiendo a crédito en La Perca Dorada y ahora
el dueño quiere que le pague. Parece ser que desde que
dejó de hacerse el Festival de la Cerveza, el negocio ha
bajado. Dicen que si no pago, el mismo Thain vendrá a
buscarme.
-¡Tonterías! ¿Por qué no lo dijiste antes? Te
habríamos ayudado...
-¡No podía salir siquiera a la puerta! El cervecero
está siempre acechándome.
-Vaya... pero ahora estoy aquí, y volverán a Hobbiton
conmigo, tu y Amapola. ¿Qué te parece?
-Bien. Pero deben haber avisado a los Oficiales, y ante
el mínimo intento de huida, me encerrarán. Lo sé. Debo
quedarme en Cepeda.
-No te preocupes, tío. Les pagaré yo mismo a esos
bribones. Pero debes esperar a que vuelva de Cricava...
-Bien... ¿partirás mañana?
-Así es... ¿sabes dónde puedo conseguir un buen poney?
-¿Un poney?... hay un establo muy renombrado del otro
lado del Río, en Los Gamos. Rentan y venden poneys de
los mejores de la Comarca. Te acompañaré, si no te
molesta.- y se quedó por unos segundos pensando- ¡El
viejo Terralonga!, él tiene los mejores poneys de la
zona.
-¡Estupendo!
-Entonces preparemos las camas, y a dormir. Mañana me
levantaré temprano, no te preocupes por nada. Podrás
dormir en la habitación de la izquierda. ¡Eso es!- dijo
al tiempo que abría la puerta de una vieja sala,
bastante empolvada y con olor a fango.
-¡Encantadora!- mintió Sancho con una sonrisa indecisa.
-Bien, perfecto. Que duermas bien.
-Gracias. Adiós.
Y el hobbit se recostó temerosamente en la vieja cama y
durmió profundamente. A la mañana siguiente se levantó
tarde. Miró a su alrededor, abrió la pequeña ventana y
entró la luz de un día gris y lluvioso. "Vaya,
parece que hoy no podré moverme de Cepeda con esta
lluvia", pensó. Salió de la habitación y caminó
por el pasillo hacia el fondo. Golpeó tímidamente en la
habitación de su tío, y esperó.
-¿Tío? ¿Tío?- preguntó dos veces, pero no hubo
respuesta. Al fin, entró haciendo un estruendo que
despertó a Filibert Bolger.- ¡Tío! ¿Todavía
duermes?- y corrió las cortinas de la ventana.- No creo
que podamos ir más allá hoy.
-¿Oh? Si.- balbuceó sin entender aún la
situación.-¿Los de La Perca?- concluyó al tiempo que
sacudía su cabeza.- Vaya. Soñaba otra vez con los de la
posada, venían y quemaban el smial, conmigo adentro. Me
pregunto si esos tormentos desaparecerán algún día...
-¡Un primer viernes de caída de verano!- rió Sancho y
ante la desazón de su tío, reparó- No creo que el
asunto sea tan grave. Todo estará solucionado en unos
días. Bien, ahora debemos hacer algo para pasar esta
tarde...
-Puedo ir a hablar con el viejo Terralonga, en Los Gamos.
Tal vez tenga uno de esos poneys tan buenos. Quédate
aquí...
-¡No, señor! De ninguna manera dejaré que salgas en un
día como hoy. Es mejor quedarnos aquí todo el día, y
mañana por la mañana, iremos a Los Gamos y seguiré mi
camino hacia Bree.
Y así fue, como Sancho y Filibert pasaron el día
mirando por la ventana la fuerte llovizna y hablando
sobre las novedades de la Comarca. En realidad, Filibert
se había limitado a parar los oídos e intercalar,
después de las noticias más sorprendentes un:
"¡Ah!, increíble", o tal vez un "No es
posible". El pobre viejo muy poco sabía de las
noticias de la Comarca, pues pasaba la mayoría de sus
horas encerrado en su vieja casa.
Al caer la noche, la lluvia había cesado, y unas
estrellas se abrían paso tímidamente entre los
nubarrones de la tormenta que se alejaba. Filibert,
abrumado por la cantidad de noticias, sentenció con un
bostezo:
-"Negro el techo, derecho al lecho", como
decía tu padre... hora de dormir. Mañana iremos por los
poneys a Los Gamos.
VII
INFORMACIÓN SECRETA
La mañana era opaca y lóbrega. Sancho y
Filibert apenas pudieron levantarse y al sentarse a la
mesa, esperaron por un buen rato que algún súbito
personaje apareciera y les sirviera un enorme desayuno.
No obstante, eso no ocurrió, y de mala gana, pero sin
olvidar sus modales de anfitrión, Filibert se levantó
con un esfuerzo inmenso y preparó un menguado y
"frugal" desayuno, al que Sancho calificó para
sí mismo de "Miserable refrigerio". El joven
hobbit había tenido una mala noche, y la cama dura le
había dado dolores en la espalda. Casi no podía
moverse. Sin mencionar una palabra, salieron del smial.
Filibert, con algo de miedo miró hacia los dos lados del
camino, y caminando de una manera graciosa y a la vez
alarmante siguió los pasos de su sobrino hasta llegar a
Balsadera. Era Sancho quien estaba aterrorizado ahora: a
pesar de que su abuelo había sido el ganador del segundo
premio de una Brandiboga (esos rústicos campeonatos de
remo que solía organizar El Señor de los Gamos), su
nieto nunca había osado subirse a un bote. La neblina no
dejaba ver la margen opuesta del Brandivino. Un hobbit
pequeño guardaba la entrada al embarcadero.
-¿Desean cruzar?- preguntó.
-Si, vamos a Cricava.
-¿Quién sois?-preguntó tratando de reconocer la cara
familiar de Filibert Bolger.
-Mi nombre es Sancho Ganapié, de Hobbiton- dijo con
orgullo el hobbit.
-No se ve mucha gente de la Cuaderna del Oeste por estos
lugares...
-Tampoco se ven muchos de la Cuaderna del Este en
Hobbiton, pero cada vez que vemos uno, lo tratamos con
menos aspereza, señor.
-Bien, bien. Suba a este bote, por favor, señor
Ganapiés.
-¡Ganapié!, por favor.
El balsero remó hasta la otra orilla y los dejó sobre
un pequeño muelle de madera. Sancho aún temblaba y
miraba con terror el agua que ya había quedado atrás.
Se alejaron, adentrándose en la niebla de un camino
encharcado. Al poco tiempo llegaron a Casa Brandi, pero
estaba cubierta de niebla, y Sancho lamentó no haber
podido apreciar enteramente el mejor smial de toda la
Comarca. Continuaron la ciega marcha no sin pena y
llegaron al poblado de Gamoburgo. Siguieron por El Camino
de Los Gamos hasta que una vereda angosta se separó de
la calle. Un cartel indicaba que se trataba de la Vereda
de Cricava. La tomaron, y cuando la niebla comenzaba a
disiparse, dieron con las residencias lujosas de la zona.
-¿A dónde vamos?, la cabaña de Terralonga es para el
otro lado- preguntó intrigado Filibert.
-A la casa de mi amigo, tal como te dije en Cepeda.
No tardaron en encontrar la nueva casa de Frodo Bolsón,
guiados por los vecinos de la zona. Sancho golpeó la
puerta de un pequeño smial cavado sobre una colina no
muy alta, y esperó. Al poco tiempo, un hobbit gordo se
asomó detrás de la puerta y miró con desconfianza a
Sancho, quien le dijo:
-¡Hola! Busco al señor Bolsón.
-No, lo siento.-exclamó con aspereza- El señor Bolsón
no está en casa. Ha salido.
-¿Eres tú, Gordo?-preguntó extrañado
Filibert.-¿Fredegar Bolger, de Bolgovado?
-Si, soy Fredegar Bolger... y no recuerdo haberte visto
alguna vez.
-¡Vaya! ¡Ya ni te acuerdas de tu tío Filibert!
-¿¡Filibert!? ¡Filibert Bolger, claro!
-¿Cómo has estado, Gordo? ¿Y Odovacar? ¿Sigue
Rosamunda tan bella como siempre? Conoces a Sancho
Ganapié, de Hobbiton. Una pieza única entre los hobbits
de la Cuaderna del Oeste.
-¿Ganapié? ¿No será usted ese Ganapié a quien
tuvimos que echar de Bolsón Cerrado después del
cumpleaños del señor Bilbo?.
-Pues... no, claro que no, señor Bolger, debe haber sido
algún Ganapié de la rama de Cavada Grande. -dijo con
disimulo Sancho, recordando aquel episodio en que había
recorrido todo el agujero de los Bolsón en busca del
tesoro.
-Filibert, ¿cómo está Amapola?. He oído muchas cosas
de ti en estos últimos años...
-Oh, sí. He tenido algunos problemas, pero ese es un
tema viejo y triste. -dijo dejando caer lentamente su
cabeza hacia el piso, y levantándola súbitamente y con
alegría: -¿Y bien? ¿Nos dejarás aquí parados para
siempre, Gordo?
-Los invitaría a pasar, pero, bien vosotros sabéis, el
señor Frodo no está en casa, y yo debo irme...
-¿No está? ¿A dónde ha ido ese bribón?
-Allá, lejos- dijo haciendo un ademán hacia el Este.
-Vamos, Gordo, ¿a dónde rayos ha ido ese Bolsón?.
¡Somos familia!
-Se supone que debiera guardar esta información, pero
por ser un Bolger de confianza, te lo diré. Se ha ido a
Bree.
-¿A Bree? ¡Vaya!, yo pensaba en algo más cercano,
pero... ¿qué hay en Bree que atraiga la atención de un
Bolsón de Bolsón Cerrado?
-No lo sé, Filibert. Yo solo me quedo cuidando su casa
durante su ausencia, manteniendo el calor. ¿Has oído la
última noticia de Casa Brandi? ¡Heula Cabezón sacó a
bastonazos de su casa al señor Saradoc, creyendo que era
una ratero! ¿Puedes creerlo? ¡Al señor de Los Gamos!
La pobre anciana está corta de vista, ¡no puede
siquiera distinguir a un Bolsón de un Tuk!
-¡Historias como esas deben repetirse día tras día en
ese hormiguero! Pero bueno, debemos irnos ya. Tú no te
preocupes, la información se quedará con nosotros.
-Está bien, suerte y espero que lo encuentren. Y no
olvides ir a Bolgovado algún día.
-Gracias. Saluda a Odovacar de mi parte, Fred.
-Lo haré. Adiós.
Se alejaron de la residencia del señor Bolsón, hasta
que vieron, en un enorme cartel tallado en madera, una
escritura clara: "Establos Terralonga", y
debajo, una puerta de madera abría el paso al lugar. Un
hobbit muy gordo, de cabello negro y muy rizado les
salió al encuentro con una sonrisa de oreja a oreja:
-¡Sed bienvenidos, forasteros, al establo de Terralonga
de Cricava, mi nombre es Boco Terralonga, hijo de Bogo,
nieto de Mogo, para serviros!
Algo aturdido, Filibert se adelantó:
-Deseo rentar un buen poney para mi amigo.
-¡Poneys! Hermosas bestias, si las hay. Pasad, adelante,
amiguillos, por aquí. Tenéis frente a vosotros el mejor
ejemplar de esta noble raza que podréis encontrar en
muchas millas a la redonda. Mirad tan solo sus ojos para
ver la calidad. Se llama Peny y desciende de Eny, el
poney que fue traído hace muchos años por mi abuelo,
Mogo Terralonga desde el Lejano Sur. "Del País de
los Caballos, tan veloz como los rayos" decía Mogo.
-Bien, lo llevamos. Estará de vuelta en dos o tres
días.-dijo Sancho al tiempo que acariciaba al poney. El
señor Terralonga dio un salto de alegría, tomó a la
bestia de las riendas y de una manera extrañamente
apresurada, la sacó del establo y la ató a una madera
en la puerta de calle. Se despidió de los clientes y
entró rápidamente en su casa. Los hobbits se alejaron
caminando lentamente.
-Bien, aquí me quedó-suspiró Filibert cuando
regresaron al cruce del camino.
-Está bien, tío. Espero verte en Cepeda a mi regreso- y
despidiéndose con la mano, se montó en el poney y se
alejó por el amplio camino.
VIII
EL PEREGRINO GRIS
-¿Quién anda ahí?- preguntó con
sequedad Enrique Madreselva, el guardia que día y noche
permanecía atento a la llegada de nuevos caminantes.
Estaba muy acostumbrado a ver gentes extrañas,
especialmente enanos y vagabundos, pues Bree se hallaba
en un enclave obligado para los caminantes de Eriador.
-Yo.
-¿Yo? ¿Quién es yo?-dijo al tiempo que salía de su
casilla con una lámpara en la mano.- ¡Vaya! Un hobbit
solo vagando por estas zonas a estas horas y en estos
tiempos tan extraños...
-Vengo de la Comarca, y busco alojamiento por esta noche.
-Pues primero deberás decirme tu nombre y la razón de
tu viaje.
-Soy Sancho Ganapié, y las razones por las que he venido
no son de su incumbencia, señor.
-Bien, perdone. Solo lo dejo pasar porque es un hobbit.
Por aquí. Le aconsejo que vaya a El Poney Pisador,
Cebadilla sabrá encontrar una cómoda habitación para
usted.
-Muchas gracias, señor.
Sancho había viajado dos días desde el Puente del
Brandivino para llegar a Bree. Peny, el pequeño animal
que por un principio había parecido amable y obediente,
le había jugado una mala pasada: mientras atravesaba un
denso bosque, ya fuera de la Comarca, se oyó un grito de
horror y la pobre bestia dio un salto que dejó al hobbit
tendido sobre la hierba, con una magulladura en su
pierna. Desde entonces, había enfrentado el peligro del
camino a pie y adolorido. "Maldito Terralonga -se
repitió una y otra vez Sancho- Yo sabía que no era más
que un timador".
Sancho atravesó una arcada y entró en la aldea por un
camino con muy pocas casas a los lados. Bree estaba
construida entorno a una inmensa colina. Sobre ella, y a
sus alrededores, cientos de agujeros-hobbits y casas de
hombres se disponían una al lado de la otra en espiral.
Podía verse desde lejos un camino serpeante que subía
por la ladera de la colina. Continuando por lo que
parecía la calle principal, una casa grande daba lugar a
la posada más renombrada de la zona. Un pasillo ancho y
corto conducía a un patio amplio y más adelante, una
puerta cerrada tapaba los cantos y risas que venían del
interior. Con timidez, Sancho dio unos pasos y golpeó la
puerta de madera. Al poco tiempo, un hobbit bastante
apresurado abrió la puerta y le dio la bienvenida.
-¡Hola! Bienvenido a El Poney. Soy Nob. ¡Vaya! ¡Un
hobbit! Bienvenido. Allí está Cebadilla, él le
dirá... pase, adelante. Cebadilla es el dueño, le dirá
dónde alojarse. ¿Va a quedarse esta noche, señor?
Claro, si viene cargado con equipaje. Venga, siéntese en
esa mesa. Le serviré una cerveza.
-Le agradezco, señor Nob. Solo busco una habitación
para pasar la noche, y me gustaría hablar algo con el
señor Cebadilla...
-Cebadilla Mantecona, sí. Enseguida lo llamo.
Sancho miró a su alrededor. Una mesa de enanos entonados
por la cerveza cantaba canciones extrañas de viajes y
aventuras y dragones. Un grupo de hobbits reía con
bromas. Dos hombres de aspecto ajado, yacían sentados en
una mesa apartada del bullicio, y discutían con
seriedad. En poco tiempo llegó un hombre bajo, gordo,
calvo y de cara redonda y enrojecida. Tenía en su mano
derecha una libreta y una pluma. En su mano izquierda
viajaban con habilidad tres vasos de cerveza.
-Aquí tienen- dijo dejando dos de los vasos en la mesa
de los hombres. Se acercó a Sancho y le dijo con una voz
fina y escurridiza:
-Bienvenido, señor. Aquí tiene su vaso de cerveza. De
la mejor. Es de la Comarca, según me ha dicho Nob.
¡Genial!, poca gente viene desde la Comarca a
visitarnos. Siéntese en esta mesa apartada. ¡Perfecto!.
Me dijo que su nombre era...
-Sancho Ganapié, de Hobbiton.
-¡Oh!, si, claro. Ganapié, de Hobbiton. Bienvenido,
señor, a El Poney. Tengo justo una excelente habitación
para hobbits construida dentro de la Loma de Bree, ya
mandé a Nob a arreglarla. Me temo, sin embargo, que
tendrá usted que dormir sin almohada. Ayer han aparecido
todas cortadas, despedazadas. Más cosas raras para estos
tiempos raros. Ya vengo, señor Matapié.
-Ganapié.
-Ganapié, por supuesto. Aguarde aquí solo un momento,
vuelvo enseguida.
Pasó un largo tiempo antes de que el posadero apareciera
nuevamente. Sancho se entretuvo oyendo una conversación
seria en la mesa de los hobbits:
-Creo que no he podido dormir en toda la noche -dijo uno
con el acento característico de Bree- ¡Simplemente
desapareció, en menos de lo que canta un gallo! Cayó al
suelo y ya no estaba.
-¿El señor Sotomonte, de la Comarca?-preguntó un enano
desde una mesa vecina, acercándose- He viajado por
muchas tierras, pero nunca antes había visto una cosa
así.
-Ni yo.- agregó uno de los hobbits.
-Sotomonte dijo que al caer se escabulló y gateó por
toda la sala. Quizás eso sea más razonable, ¿no crees,
Faldas?- dijo el hobbit que había hablado primero a uno
de sus compañeros que permanecía en silencio.
-No lo sé. Ese asunto es demasiado extraño. ¡Ey,
Cebadilla! Trae una ronda más de cerveza.
Enseguida apareció detrás de la barra el posadero.
Traía en sus manos con un malabarismo profesional cuatro
picheles de cerveza.
-Cuatro cervezas para cuatro hobbits charlatanes. Oigo
que siguen hablando del señor Sotomonte... ya dejen ese
tema. Es del pasado. Aquí tienen, de todos modos- dijo
señalando a Sancho- a otro hobbit de la Comarca. Él
quizás conozca a Sotomonte y sus hábitos. El señor
Ranapié, si no me falla...
-Ganapié, de Hobbiton.
-Bienvenido a Bree, señor Ganapié. Mi nombre es Eldo
Faldas, y quienes me acompañan son los señores Arenas,
Valleverde y Picobajo.
-Un placer.
-Venga, señor Ganapié, acérquese a nuestra mesa y
cuéntenos cómo van las cosas por la Comarca... y
díganos sobre ese tal Sotomonte de Hobbiton. Debe usted
conocerlo, sin duda alguna.
Al tiempo que de mala gana se acercaba a la mesa, Sancho
dijo:
-No conozco ningún Sotomonte de Hobbiton. Melinda
Sotomonte, de Sobremonte ha muerto hace tiempo, y sus
hijos llevan el apellido Buenchico, eso elimina la
última rama de los Sotomonte de Hobbiton, señor Faldas.
-Es muy extraño. Vino con un Tuk, Peregrin era su
nombre. También con un tal Sam, y un Brandigamo.
-Bueno, sé que Samsagaz Gamyi es el sirviente del señor
Frodo Bolsón, de Bolsón Cerrado, y el señor Peregrin
Tuk es su amigo. Tal vez se trate del señor Bolsón, no
Sotomonte.
-¡Palabrerías!- dijo Cebadilla acercándose- Ningún
Bolsón ha estado aquí en mucho tiempo. A propósito,
¿ha oído usted, señor Ganapié, la historia de Elmero
Cuevas, el hobbit que se ha vuelto casi loco?. Dicen que
el pobre se levantó en el medio de la noche porque
escuchaba ruidos en la calle. Salió a averiguar qué
pasaba y se encontró con un extraño jinete negro.
Parece que el hombre montado le pregunto algunas cosas
horribles, y el pobre Elmero no lo soportó. Sucedió
hace dos noches. La señora Cuevas ha quedado sola con su
hijo Amero. Según dicen, el señor Cuevas huyó de Bree,
aunque se lo ha visto en el bosque de Chet, errando. Son
historias frecuentes en los tiempos que corren. Y si se
queda algún tiempo más, oirá muchos de estos relatos.
-Bueno, eso haría si el sueño no estuviera cerrándome
ya los ojos. Lament...- iba a continuar la frase cuando
la puerta se abrió de pronto, con un estruendo. Los
hobbits de Bree dieron un salto al instante y se
refugiaron debajo de la mesa. Los enanos, algo más
lejos, ni se inmutaron, pues las canciones de dragones y
viejas leyendas los tenían inmersos en su propio mundo.
Detrás de la entrada, un peregrino gris se sostenía
sobre un bastón largo. Llevaba un sombrero alto de ala
ancha. Una barba gris le caía luenga sobre el pecho, y
sobre una nariz aguileña y unas cejas tupidas, las
marcas de la preocupación se veían con claridad.
Cebadilla lo recibió con una gran alegría, pero a la
vez, con un temor reverente. Le dijo:
-¡Vaya!, señor Gandalf. Es un gusto tenerlo una vez
más en El Poney. Me alegra que venga, después de tantos
problemas. Espero que esté bien. Venga. Debo suponer que
se quedará con nosotros esta noche. ¡Ey, Nob!
¡Camastrón, ven acá si no quieres que te de una tunda!
Señor Gandalf, tenemos que hablar sobre... usted saber.
El señor Sotomonte... -dijo en una voz apenas audible
para el peregrino. Los hobbits ya habían vuelto a las
historias extrañas y absurdas y a las clásicas charlas
de posada. Sancho, por su parte, volvía a estar recluido
en su mesa. El canto de los enanos se mezclaba ahora con
una vieja canción de Bree que entonaban con entusiasmo
los hobbits. Cebadilla, detrás de la barra, hablaba con
el tal Gandalf. Sancho alcanzaba a oír algo de la voz
estridente del posadero, pero las palabras del peregrino,
aunque graves, eran inaudibles.
-Si, ha estado aquí. Protagonizó un episodio
lamentable. No podrá usted creerlo... ¡simplemente
desapareció!. Si, así como así. Cayó al suelo y ya no
estaba. No lo he visto, pero Nob lo ha hecho, y el tema
central de discusión de los hobbits de Bree es su
desaparición misteriosa. ¡Oh!, señor Gandalf, por
favor. Querrá usted convertirme en sapo: me temo que no
se la he enviado, y recién ha podido leerla ayer. No se
enoje, señor, ¡simplemente lo había olvidado!. Si, se
fueron con alguien. Con un montaraz, sí. Trancos es su
nombre. Viene a menudo a El Poney. Les dije que no
confiaran en los montaraces, pero no quisieron oírme. Y
para colmo, esos jinetes negros que andan sueltos por la
zona. Han estado haciendo estragos por los campos,
asustando a la gente. Así es. La cosecha de hierba del
señor Abrojos, de Entibo se ha perdido por completo por
las corridas de estos extraños.
Gandalf dijo en una voz más audible:
-Cebadilla, lo que has hecho pudo haber causado muchos
problemas, pero creo que por el momento las cosas van
bien. Podría convertirte en sapo, pero asuntos más
importantes y peligrosos me llaman ahora. Trancos es
amigo mío, y puedo decir que es gente confiable. Son
tiempos difíciles los que corren, una sombra oscura ya
se ha manifestado en el sur, y sus servidores han salido
a merodear. Debo irme. La oscuridad se ha cernido sobre
estas tranquilas tierras, y nadie está seguro en ningún
lado. Cuídate mucho y no desconfíes de los montaraces,
pues representan una antigua rama de un linaje olvidado.
Adiós.- y raudo salió por la puerta y los pasos de su
caballo ya no pudieron oírse. Cebadilla se mantuvo por
unos momentos pensante, y finalmente chasqueó los dedos
en su frente. Corrió hacia la cocina y tomó dos
picheles de cerveza para la mesa de los enanos.
IX
EL DÉCIMO NAZGÛL
Sancho se despertó adolorido: las
cicatrices de los pinchazos de aquel arbusto de la
Cuaderna del Este parecían haberse abierto otra vez. El
dolor de las ampollas había vuelto, y las magulladuras
negras en su pierna parecían haberse hinchado. Estaba
cansado, y tenía la espalda encorvada, pues había
tenido una mala noche. "Eso es todo, Khamûl, aquí
es donde me vuelvo. Nada de oro, nada de Bolsón, nada de
jinetes negros y nada de aventuras. Ya verás si llego a
verte alguna otra vez. Nadie se mete con un Ganapié sin
salir, al menos, con un brazo roto. Volveré a Casa
Linda, a la vida tranquila de Hobbiton, ya comenzaba a
extrañar a papá. Es hora de que vuelva. Visitaré a
tío Filibert e iremos juntos al oeste." Y
entusiasmado, se levantó de la cama. El primer paso le
dio dar un grito de dolor. Estaba como petrificado, cada
movimiento le provocaba un dolor nuevo. Llamó a
campanillazos al posadero. Al cabo de un rato largo, se
apareció sonriente y agitado, un hobbit.
-Hola, soy Bob. ¿Ha tenido usted una noche placentera?
Me alegro mucho. ¿Se encuentra usted bien? Vamos al
salón. Lo esperan unos deliciosos panecillos y en los
establos, un poney listo para partir. ¿Piensa dejar la
posada al mediodía o a la tarde?. Puede hacerlo cuando a
usted le plazca. ¡Venga, levántese!, que ya es entrada
la mañana. Lo esperamos en el salón, señor Buscapié.
-Ganapié, si no es molestia. Enseguida voy, señor Rob.
-"Bob es mi nombre, y no soy un hombre", como
siempre digo. Apresúrese, señor, que el té se enfría.
Sancho se vistió, colocándose sobre el chaleco, su
manto negro para contrarrestar el frío otoñal, que este
año parecía azotar con más fuerza. Puso todas sus
pertenencias en su bolso de viaje, y atándolo, salió al
salón general. Estaba prácticamente vacío, silencioso
y menos cálido que la noche anterior. Y aunque solo un
par de hobbits desayunaban en una mesa apartada,
Cebadilla corría de un lado a otro, siempre agitado,
como si no conociera la tranquilidad. La mesa de Sancho
estaba bien servida, en un rincón, junto a un fuego
débil. Había té, panecillos, galletas, mermelada y
leche; pero el hobbit no tenía casi apetito, y se
conformó con mordisquear una galleta. Se levantó, le
dijo adiós al señor Mantecona, tomó su poney por las
riendas y se alejó de El Poney Pisador, la famosa posada
que jamás volvería a ver.
Sancho se alegró de tener el poney, pues caminar habría
sido una tortura. Atravesó la calle principal de Bree,
mirando el ajetreo característico de la mañana, y
salió caminando a paso forzado por el arco que daba
entrada a la Encrucijada de Bree. Un guardia diferente
vigilaba en la garita, lo miró con desconfianza y sin
decir una sola palabra, le abrió la tranquera. Sancho se
alejó por el camino bien marcado por el uso, hasta que
se perdió detrás de una colina.
Apreciaba la tranquilidad matinal cuando, de pronto,
escuchó el andar apresurado de un caballo. Miró
alarmado hacia ambos extremos del camino, pero no vio
nada excepto la densa arboleda que lo cercaba.
"¡Bueno! -se dijo- Si es ese Khamûl, le pediré mi
recompensa. Al fin y al cabo, hice lo que me pidió. Y si
no me da lo que prometió, tendrá que vérselas con la
furia de un Ganapié, y eso no es poca cosa." El
tic-toc de los cascos del caballo se aproximaban con una
rapidez atemorizante. Sancho se apeó del poney, y con un
temor creciente, se paró en el centro de la calzada,
mirando con atención hacia el camino. Alcanzó a divisar
algo negro que aparecía sobre la colina, al tiempo que
un nuevo sonido de cascos se agregaba prácticamente al
unísono con el primero; venía del otro extremo.
Asustado, se volteó hacia los nuevos ruidos y esperó
con nerviosismo. "Creo que estoy en el medio de un
problema, uno bien grande, ¡ay!, ¿por qué a mí?,
malditos sean los Bolsón, ¡y maldito sea ese Khamûl!
-se dijo- juro por mi padre que no volveré a
entrometerme en estos asuntos de la gente grande. ¡Ni
por una bolsa de oro!. Lo único que he conseguido es
magulladuras y muchos aprietos." Antes de que
pudiera ver algo, sintió un escalofrío que le recorrió
el cuerpo con pinchazos agudos, y luego, un frío
penetrante le heló el brazo. El miedo casi no lo dejaba
respirar. Con el poco calor que le quedaba volvió a
voltearse y vio, dando un respingo de terror, a un jinete
ataviado totalmente con capas negras. No podía vérsele
la cara, pues una capucha expandía unas sombras
intimidantes. Se trataba de Khamûl, no había dudas. Con
la misma voz fría y maléfica que Sancho había
escuchado una semana atrás, preguntó secamente:
-¿Dónde está Bolsón?
Pero el hobbit estaba enmudecido. El jinete aún lo
sostenía del brazo, y el frío le cortaba el habla. Su
decisión de "darle su merecido" si no le daba
el oro, había desaparecido prácticamente sin dejar
rastros. Estaba acobardado, pero no tenía tiempo ni
razón para preocuparse por ello.
-¿Dónde está Bolsón?- volvió a preguntar con una
pronunciación aún más siniestra y amenazante.
Sancho no respondió tampoco esta vez. Se quedó duro
como una roca, mirando perplejo hacia la oscuridad
impenetrable del rostro del jinete. Una avalancha de
sentimientos le caían a toda velocidad por la mente, y
todos los sucesos ocurridos desde aquella hermosa mañana
pasaban, uno detrás del otro, como desfilando por su
cabeza de una manera terriblemente rápida. Tan
repentinamente que hasta él mismo se sorprendió,
Sancho gritó:
-¡Déjame ir, maldito!- Algo había saltado de adentro
suyo, algo que a muy pocos hobbits les pasa, pero que
sale a la luz después de largas aventuras; un ataque de
osadía, tal vez. La sangré comenzó a correrle caliente
por las venas, y el calor le volvió al cuerpo. Con un
sacudón cargado de furia se liberó de Khamûl, y con
más valentía aún, dio un manotazo hacia el caballo
negro y tomó una pequeña bolsa de oro. Dio media vuelta
en busca de su poney con una agilidad algo inusual, pero
el otro jinete estaba lo suficientemente cerca como para
agotar cualquier recurso aventurero que Sancho pudiera
tener. No obstante, el hobbit, en una hazaña
sorprendente que sería luego una leyenda poco creíble
de los Ganapié, dio un salto hacia las largas piernas
del hombre, derribándolo; y pasando por encima del
jinete, montó en su poney echándose a galopar
rápidamente. "¿Qué he hecho? -pensó años más
tarde- ese jinete era dos veces más alto que yo, con el
doble de experiencia. No lo creo." Khamûl venía
detrás sobre su caballo negro. El hobbit se hizo a un
lado del camino y se internó entre los árboles. El
jinete negro yacía ahora sobre la tierra: la maniobra de
Sancho lo había hecho chocar con un alto roble. No
obstante, ambos jinetes se recuperaron pronto y
continuaron la persecución por algunas millas más.
Existe una vieja canción entre la familia de granjeros
Matabuena que narra cómo el viejo Tallo vio, desde su
silla junto a su granja, una persecución muy peculiar:
Fruncido traía el ceño,
jinete raudo y pequeño,
con su poney transitaba,
viejas sendas: no paraba.
Tan de prisa ¿a dónde iría?.
¿Allá, donde acaba el día?.
Sus ropajes, ¡qué desastre!
¿Quién habrá sido su sastre?.
Cubierto de oscuro manto
era imagen del espanto.
Muy atrás, como un mal sueño,
tan alto cual un sureño,
con cólera cabalgaba,
otro jinete, y gritaba.
¡Ahora veo!, con porfía
al buen hobbit perseguía.
Si lo agarra, ¡qué desastre!
¡pobrecito del pillastre!
Corren ambos con denuedo,
que no lo atrape yo espero.
Un tercero, de mal genio,
Cruza el bosque con empeño,
Al pequeñín él cazaba,
Pero no, no lo encontraba.
Esta es la historia sombría,
del jinetín, ¡no se ría!
Que a dos espectros burló
y el pellejo así salvó.
X
EN CASA OTRA VEZ
-¡Vaya! ¡Qué bueno verte otra vez! ¡Ven
aquí, bribón!- dijo Filibert Bolger a su sobrino en La
Perca Dorada de Cepeda. -¡Posadero, un pichel para mi
Sancho de Hobbiton, que viene de una larga travesía!.
-El viejo hobbit estaba más gordo, y vestía más
alegremente. Su cabello se recostaba sobre un lado
ordenadamente.-¿Qué haces vestido de negro? Pareces uno
de esos jinetes que merodeaban por la Comarca hace unos
días, asustando a la gente. Ten cuidado, quizás te
confundan con uno y te envíen con el Thain. ¿Has
encontrado al señor Bolsón? ¡Vaya, solo pasaron unos
días, y parecen años!
-No sabes la que he pasado, tío. Ahora solo quiero estar
en Casa Linda bebiendo una buena taza de té, pero antes
necesito algo de comer. He corrido toda la noche,
huyendo, y solo he tenido unos segundos para probar
algunas galletas de nuez en La Posada del Puente.
-¿Huyendo? ¿De quién? ¿Te has metido en problemas,
Sancho?
-Pues sí. Me perseguían unos jinetes... es una larga
historia que no querrás oír ahora. Ven, vamos a tu casa
y descansemos un rato. Tengo que recuperar fuerzas para
regresar a Hobbiton. Vendrás conmigo, supongo.
-Por supuesto, Sancho, pero no ahora. Déjame preparar
las cosas aquí, y me tendrás en Casa Linda en menos de
una semana. Además quiero despedirme de mis nuevos
amigos. -Filibert había vuelto a la vida social de
Cepeda, y había llegado a un acuerdo con el dueño de La
Perca Dorada.- Ahora trabajo aquí. -y aprovechando que
el dueño estaba cerca, remató- Me dan comida, y yo les
doy mi esforzado y dedicado trabajo. Vamos a mi hogar,
que Amapola nos espera con un rico caldo.
Una vez en la casa de Filibert, hablaron un largo rato.
Sancho les contó sus aventuras a Amapola y a su marido y
cuando cayó la noche, los tres hobbits se recostaron en
sus camas. A la mañana siguiente, Sancho emprendió el
camino de vuelta a Hobbiton, tomando la promesa de sus
tíos de visitarlo la próxima semana y dejándole la
bolsa de oro que le había robado a Khamûl para que
pagara sus deudas.
Llegó a Casa Linda en la noche del 5 de Octubre de 1418,
después de doce días de ausencia. Su padre dormía
plácidamente en su habitación y todo estaba en orden y
en calma. Sancho se recostó en su cama que tanto había
extrañado, y aunque no pudo conciliar el sueño hasta
entrada la madrugada, se despertó al día siguiente con
una inmensa alegría. Después de muchas noches, había
tenido sueños dulces y placenteros.
Abriendo la puerta de entrada descubrió una mañana
hermosa. El cielo estaba despejado y el aire era cálido
y fresco. Se sentó junto a la puerta fumando de su pipa,
y reflexionó: "¡Al fin en casa! Ah... no me daba
cuenta lo bello que es el tabaco. Entre tanta aventura,
no me acordé de mi pipa. Pero al fin estoy aquí, en
casa, con mi querido padre, y no volveré a saber nada de
esa Gente Grande, nada de nada. Sé perfectamente el gran
error que cometí. ¿Para qué quiero Bolsón Cerrado si
no lo he comprado con la honestidad? Mi abuelo estaría
avergonzado de mí, pero que sepa él que estoy
profundamente arrepentido, y que no volveré a hacer nada
similar." Prendió su pipa una vez más y mirando a
lo lejos, se dijo chasqueando los dedos: "¡Ahora lo
recuerdo! ¡Gandalf! Ese viejo de El Poney, era aquel
hombre de los fuegos artificiales, quien le regaló al
Viejo Tuk unos botones mágicos. Era amigo del señor
Bolsón, ¡claro!, estuvo en su fiesta de cumpleaños. Es
decir que buscaba al señor Frodo, ¿qué habrá en torno
a ese bribón? Algo sucio, no hay duda. ¡Ahora entiendo!
¡El señor Sotomonte es el señor Frodo Bolsón, quien
desapareció, igual que el señor Bilbo en su
cumpleaños!, yo sabía que estaban en asuntos de magos.
¡Son hechiceros!. Y de tanto entrometerse en cosas
extrañas, ahora son perseguidos por esos jinetes
negros... hechiceros también, no hay duda. ¿Y cómo
puede ser que me haya metido yo en este problema?. No
creo que pueda responder eso... No más aventuras."
Interrumpió su pensamiento al divisar, en el Camino, a
Lotho Sacovilla Bolsón, acompañado de Ted Arenas, el
molinero. Más abajo, un grupo de cinco o seis hombres de
aspecto extraño trabajaban demoliendo el Molino de El
Agua. Lotho, saludando a su pariente lejano, dijo:
-¡Hola Sancho! ¿Dónde has estado? Te busco desde hace
unos días. Tengo una propuesta para ti. Verás, he
adquirido Bolsón de Tirada Nº3 al viejo Dospiés, y ya
casi el Nº2: el Tío Gamyi está a punto de mudarse a
una bonita cabaña sobre el río. Solo me falta el Nº1
para tener todo Bolsón de Tirada, tengo fabulosos planes
para la Colina. Tengo oro. Y mucho.
-¿Vender mi querido smial? ¿Dejar toda la tradición de
los Ganapié? ¿Despojar a mi padre del smial en el que
nació?... Bueno... ¿de cuánto oro me hablas?.
FIN
Por Facundo Santiago
López
Diciembre
de 1998 y Mayo de 1999
Editado y Publicado por Juan S. Ticeira
El Señor de los
Anillos Online®
Copyright
2001

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